El Universo

La talla del juez

- Fabián Corral B. fcorralbur­banodelara@gmail.com

Libertad, honor, propiedad y seguridad son valores de la sociedad civilizada que están en manos de los jueces. De ellos depende que se pueda vivir sin temor a ser sometido injustamen­te a prisión; que se preserve el buen nombre, y que el prestigio no se pierda en la injuria y la maledicenc­ia; que los bienes se protejan del abuso del invasor, de la picardía del estafador, o del poder arbitrario del Estado.

De ellos depende que la dignidad sea algo más que una palabra, que se pueda opinar sin ser perseguido, discrepar sin ser vejado, pensar sin ser sometido. De ellos depende la dignidad. De ellos depende que la sociedad viva con razonables certezas y sin miedo.

La tarea y la responsabi­lidad son enormes, si se advierte, además, que libertad, seguridad y propiedad no serán posibles si los jueces carecen de la condición individual, y de la posibilida­d real, de decirle no al poder político y a todos los demás poderes, de enfrentar a todo factor de influencia, de crecer en la adversidad, de sostener su íntima convicción en contra de todos quienes griten sin fundamento lo contrario.

Sin independen­cia no hay judicatura, no hay cortes, no hay tribunales. Habrá funcionari­os, pero magistrado­s no habrá. Por eso, las repúblicas grandes, las verdaderas, dependen de los jueces, de su recto concepto de la ley, de su fuerza moral, de su “poder ético”.

La función de juez no se reduce al ejercicio rutinario de un cargo. No es posición burocrátic­a, ni debería ser empleo transitori­o. El juez es un género especial de ciudadano cuya tarea es, ni más ni menos, que administra­r justicia, aplicar la norma según los datos del proceso, razonar serenament­e y decidir “sin temor ni favor”.

En el juez vive la Constituci­ón y la ley. Es, en último término, el gestor de los derechos y la clave de la seguridad. Es más importante que el legislador, porque su función es concretar los preceptos y los principios en las sentencias, traducir las libertades y los derechos en un documento, y hacer cotidiano testimonio de independen­cia. Ese es el juez. Ese debería ser el juez.

Tarea compleja esta de resolver los conflictos según la Ley, de hacer que los derechos tengan vigencia real, de distinguir dónde está la justicia en cada caso, dónde la razón y dónde la iniquidad. Tarea compleja, porque de los jueces depende que en la sociedad se genere la indispensa­ble sensación de confianza para que

Tarea compleja esta de resolver los conflictos según la Ley, de hacer que los derechos tengan vigencia real...

la gente viva, trabaje y prospere en paz, sin acudir a la bárbara resurrecci­ón de la venganza, para abolir o frenar la vigencia de la trampa y la impunidad del abuso.

Elegir jueces no es trámite de mecánica informátic­a, ni de concurso público solamente. Es, ciertament­e, proceso de valoración profesiona­l y académica, pero, ante todo, grave tema de apreciació­n ética, porque, en último término, administra­r justicia es, primero, cuestión de integridad, y después, de experienci­a y capacidad. Y de valentía muchas veces. No es consigna ideológica, ni es función de activismo político. Es una dimensión concreta y cotidiana del más humano y difícil de los trabajos.

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