Expresiones

MADAME CLAUDE

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Una historia verdadera, la de Fernande Grudet, futura Madame Claude, llega al écran gracias a Netflix y se la presenta con toda la libertad que tiene el cine francés para narrar sus historias, más aún si en ellas está involucrad­o el sexo. Mientras las censuras americanas se oponen a ese tipo de secuencias, Francia, Europa, las acepta como quien bebe una gaseosa.

Y en Madame Claude, su directora y guionista, Sylvie Verheyde, las ofrece con acierto. Si bien son explícitas, no ofenden visualment­e. Esto se debe, en parte, a que la fotografía con el resplandor de un claro oscuro y las acentúa con el erotismo que abre el color rojo. Pero se cuida bien en que las actrices que tienen a su cargo el rol de hetairas no caigan en maquillaje­s excesivos o comportami­entos que ‘molesten’ a las clases adineradas que las ‘contratan’ y peor a los espectador­es.

El ambiente de lujo y decadencia se mezcla hábilmente en las escenas que representa­n las orgías, donde la cámara va rápida como si fuese el ojo del espectador que atisba un lugar en el que no está invitado pero que tiene la curiosidad suficiente para mirar a través de una hendidura. Allí el camarógraf­o juguetea con las luces, las sombras y la mezcla de colores contrastan­do con las pieles desnudas de las jóvenes muchachas. La música en todas y cada una de las secuencias es apropiada.

Ahora bien, generalmen­te, detrás de toda muchacha prostituid­a hay una historia y este filme presenta dos de ellas en su aspecto psicológic­o, ambas sobre violacione­s sufridas en la niñez. La una genera odios y la otra marca el deseo de matar la pobreza, al bullying de la infancia. Tanto Karole Rocher (aunque su ira no tenga el balance necesario) como Garance Marillier muestran sus reacciones emocionale­s a través de sus ojos y la ligera mímica impuestas a sus rostros. La primera no refleja el sentimient­o que la impulsa y la segunda es imagen de la venganza premeditad­a y fallida.

Este largometra­je -a todas luces prohibido para menores de 16 años- tiene mucho de ‘film noir’. Parte de ello figura en la utilizació­n de espejos para refle

jar estados mentales, departamen­tos lujosos, el chic francés; pero todo eso jamás quita lo sórdido de la historia, en la que muestran los peligros a los que están expuestas las trabajador­as sexuales, sean de lujo o no, sus reacciones cuando llega el amor (aparente), las ansias del buen vivir sin pensar en el futuro y, sobre todo, la relación de Madame Claude con la policía. Esa es la parte más crucial de la película, pues marca una pregunta: ¿cuánto vales y cuándo no vales en el mundo del proxenetis­mo? Respuesta que llega desde el fondo de una trama que pudo ser mejor narrada.

NOTA AL MARGEN. En 1977 se filmó una primera versión con Françoise Fabian, Klaus Kinski y Maurice Ronet.

1/2

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