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UNA COPA AL NATURAL

A paso lento pero firme, crece en la Argentina la tendencia de consumo de vinos “naturales”, muchos de ellos orgánicos, que buscan alejarse de los agroquímic­os y aditivos. Dónde encontrarl­os.

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Durante décadas, millones de enófilos se frustraron al agitar la copa, llevarla a la nariz y no encontrar esas notas a “grosellas” o a “casis” que describía la contraetiq­ueta. Ni hablar de entender la mineralida­d, de dar con ese ansiado “momento eureka” en el que el paladar lograba identifica­rla. Pero esas escenas suceden cada vez menos. Es que las generacion­es más jóvenes no se preocupan por esas cuestiones y un vino desata las mismas preguntas que cualquier otro alimento: de dónde viene, cómo se elaboró, qué componente­s químicos tiene. Gracias a esos intereses surgió el vino natural.

En realidad, hablar de surgimient­o es tergiversa­r el asunto, porque el vino en su definición más básica y primitiva es “jugo de uva fermentado”, lo que sucede es que la industrial­ización del proceso avanzó a tal punto que hoy se permite agregar alrededor de 1.200 sustancias para agregar durante la elaboració­n.

Carboximet­ilcelulosa, caseinato de potasio, anhídrido sulfuroso y otros tantos términos igual de impronunci­ables forman parte del vademécum del vino. “La fermentaci­ón de la uva es un proceso natural, pero ese proceso se puede hacer con un montón de aditivos y conservant­es y a partir de una uva que se cultiva con un sinfín de agroquímic­os”, explica Gabriel Bloise, enólogo al frente de Chakana, bodega referente en enología de mínima intervenci­ón.

Esos aditivos tienen una razón de ser: están en los vinos porque son las herramient­as que tienen los enólogos para llevar el líquido por el camino. Permiten, entre otras cosas, corregir acidez, lograr un color más vivaz y acelerar procesos, entre otros. “La naturaleza funciona bien, el problema es que estamos tan acostumbra­dos a usar insumos para hacer cosas que nos cuesta entender que podemos prescindir de ellos. En un viñedo, cuando la uva tiene todo lo que necesita, el vino se puede hacer bien y de manera sana, sin agregados”, detalla Bloise.

SIN ETIQUETAS

En el Viejo Continente, varios años atrás, algunos productore­s volvieron a las raíces y empezaron a elaborar vi

nos con un método old school: vides orgánicas, cosechadas de forma manual y sin agregados durante el proceso de vinificaci­ón. La francesa Isabelle Legeron, una de las pocas Master of Wine del mundo, detectó este fenómeno y comenzó a congregar a estos viticultor­es en una feria que bautizó RAW Wine. La primera tuvo lugar en 2012, en Londres, y al poco tiempo ya tenía ediciones en Los Ángeles, Berlín y Nueva York.

Pero quizás lo más curioso de esta moda es que el término “vino natural” carece de una definición mundialmen­te aceptada. El país más avanzado en la materia es Francia. El año pasado, el Institut National de l’Origine et de la Qualité (INAO), organismo encargado de regular las denominaci­ones de origen controlada­s, estandariz­ó las caracterís­ticas que debe tener un vino para ser calificado como “Vin Méthode Nature”. Por ejemplo, la elaboració­n a partir de uvas orgánicas certificad­as, el uso de levaduras indígenas y la prohibició­n absoluta de aditivos, con excepción de los sulfitos, apenas 30 mg/l.

Este componente, que adquirió tan mala fama en el último tiempo, se utiliza para conservar el vino y lograr, entre otras cosas, que no se oxide tan rápido. Como las etiquetas naturales no los contienen y, de hacerlo, están presentes en dosis mínimas, es necesario conservarl­as en buenas condicione­s y consumirla­s preferente­mente en el año. Bloise aboga por “usar cero sulfito”, pero admite que el permiso de los franceses no está del todo mal. “A veces es necesario porque desde que el vino sale de la bodega y llega al punto de venta, e incluso en la casa del consumidor, sufre mucho. Quizás lo dejan al sol, en el baúl del auto, y sin nada de sulfitos se deteriora”, añade.

Al carecer de una definición que tenga consenso a nivel mundial, algunas bodegas aprovechan el fenómeno y la falta de norma para colgarse del título “natural”. “Hay mucho desconocim­iento, incluso en las bodegas. Algunas no son consciente­s y venden un vino como natural porque no tiene sulfitos, es más turbio y da con el nicho, pero quizás tiene mil correccion­es”, señala Bloise. Además, ante la falta de precisione­s,

la subjetivid­ad manda. “Quizás para una persona que suele usar 50 insumos para elaborar un vino usar 10 ya significa baja intervenci­ón, y para mí baja intervenci­ón es nada o filtración y un mínimo de sulfitos”, amplía.

Emmanuelle Haas y Fredy Mestre, enólogos y creadores de “Les Astronaute­s”, otro referente en el segmento, coinciden: “Mucha agente asocia sin sulfito a sinónimo de vino natural y es un error porque puede ser orgánico y sin sulfitos, pero aun así tener un montón de manejos químicos y filtracion­es”.

El problema de los sulfitos radica en el exceso. “Es un alérgeno y algunas personas son sensibles y otras no, puede ser que a algunas les cause dolor de cabeza, pero hay otros compuestos químicos que se producen naturalmen­te en el vino, como las aminas, que pueden causar lo mismo”, detalla Bloise.

Hoy el mercado ofrece vinos libres de sulfitos. Una de las primeras bodegas en hacerlo fue Domaine Bousquet, cuya producción y elaboració­n es 100% orgánica. “Somos pioneros en haber certificad­o vinos sin sulfitos en el país, y a la larga puede ser el total de nuestra producción, vamos por ese camino”, anticipa Rodrigo Serrano Alou, su jefe de Enología. Algunos viticultor­es locales trabajan para lograr una normativa nacional. El cluster de bodegas llamado “Vinodinámi­cos” planea abrir un expediente en el Instituto Nacional de Vitivinicu­ltura (INV) para logar una definición argentina de vinos naturales.

LOS SENTIDOS DICTAMINAN

Más allá de lo que digan las etiquetas y los libros, esta clase de vinos se puede identifica­r con los sentidos. La gran mayoría son bajos en alcohol (algo que también se alinea a las preferenci­as actuales de los consumidor­es) y tiene mayor complejida­d aromática. Y, sobre todo, son vinos de terroir en el sentido más estricto del término. Al no tener correccion­es ni aditivos, son reveladore­s de la zona y también de la añada. Al degustarlo­s se percibe si la cosecha fue más o menos lluviosa, si el año fue frío, cálido.

Desde el Valle de Calingasta, en San Juan, Finca Los Dragones es otra de las bodegas que aportan sus etiquetas al acervo nacional de vinos naturales. Andrés Biscaisaqu­e, uno de sus dueños, coincide en señalar que “son vinos más sanos, menos estandariz­ados, que reflejan mejor los diferentes lugares. Busnuestro

camos mostrar el carácter y potencial de la zona”.

A nivel precios, los vinos naturales suelen estar apenas por encima de los tradiciona­les del mismo segmento. “La gente a veces piensa que al no usar insumos es más barato, pero sucede lo contrario, porque requieren más mano de obra durante el viñedo y durante todo el proceso”, indica Alou.

En Francia, Italia y España los wine bars exclusivos de vinos naturales son furor desde hace años, pero en estas tierras la categoría es muy reciente. “Descubrimo­s los vinos naturales en

primer viaje juntos a Europa y acá no se hablaba del tema porque, al no llegar vinos de otros países, estamos ajenos a las tendencias mundiales. Solo las grandes bodegas tienen acceso a ellas, y el vino natural no les interesa porque no se ajusta a su tipo de producción”, indica Mestre.

A paso más lento, sí, pero la tendencia desembarcó en estos pagos y pisa cada vez más fuerte. Tanto que este año los vinos naturales tuvieron feria propia: Salvaje. A Lucia Bulacio, su creadora, la idea le daba vueltas hace rato. “Ya venía recibiendo en mi casa a los productore­s cuando venían a Buenos Aires e invitaba a enófilos, gastronómi­cos y sommeliers para darles difusión, pero me di cuenta de que era momento de avanzar finalmente con la feria porque esto tenía que compartirs­e con más gente y porque, si no lo hacía yo, otro lo iba a hacer en breve”, cuenta.

Por supuesto, también hay templos estables para los fieles de estos vinos, como Vina. En esta ventanita gastronómi­ca ubicada en el nuevo circuito “Pasaje Echeverría” –debajo de la estación de tren Belgrano C y a metros del Barrio Chino– ofrecen alrededor de 30 etiquetas a precio sugerido por los productore­s. Se pueden comprar botellas para llevar o disfrutarl­as por copa acompañada­s por sus fabulosas empanadas.

Otro bar de vinos ideal para adentrarse en el mundo de lo natural es Anfibio, que completa la propuesta con una carta de platos plant based. Y la próxima apertura del rubro estará a cargo del reconocido sommelier y empresario gastronómi­co Aldo Graziani. Ya a comienzos de este año creó Jarilla Wines, una distribuid­ora de “vinos poco intervenid­os”, y en breve llevará ese portfolio a su bar de vinos naturales.

En casi todos los países, la categoría es patrimonio de pequeños productore­s, pero en algunas bodegas grandes, como Santa Julia, también los elaboran. Esto ayuda a darle más visibilida­d al fenómeno y ampliar así la base de consumidor­es. El primer integrante de la familia natural fue El Burro, un malbec que salió al mercado en diciembre de 2019. Luego llegó un torrontés, La Oveja, y ahora acaba de salir El Zorrito, un naranjo de chardonnay.

“La repercusió­n que tuvimos fue muy buena desde el primer momento, tanto de clientes como de consumidor­es, y en breve vamos a lanzar otra novedad en el segmento”, anticipa Nancy Johnson, Brand Ambassador de la bodega. Las tres etiquetas tienen certificac­ión orgánica, vegana y “Fair For Life”, la cual avala condicione­s laborales justas para los empleados.

Es que “todo tiene que ver con todo”, como reza la frase popular: el cuidado de la tierra, de la uva cuando llega a la bodega, de los trabajador­es. Biscaisaqu­e lo resume al describir una escena diaria del Valle de Calingasta: “Los productore­s vivimos en el lugar, caminamos las viñas todos los días con nuestros amigos y familia, y eso refuerza la convicción de que el camino a seguir es la agricultur­a sustentabl­e. Por la calidad de los vinos y también por nuestra calidad de vida”.

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Andrés Biscaisaqu­e es uno de los dueños de esta bodega ubicada en Valle de Calingasta, en la provincia de San Juan.
Finca Los Dragones Andrés Biscaisaqu­e es uno de los dueños de esta bodega ubicada en Valle de Calingasta, en la provincia de San Juan.
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Gabriel Bloise es el enólogo de esta bodega referente en el concepto de mínima intervenci­ón.
Chakana Gabriel Bloise es el enólogo de esta bodega referente en el concepto de mínima intervenci­ón.
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Rodrigo Serrano Alou es el jefe de Enología de esta bodega, pionera en hacer vinos certificad­os sin sulfitos.
Domaine Busquet Rodrigo Serrano Alou es el jefe de Enología de esta bodega, pionera en hacer vinos certificad­os sin sulfitos.
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