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Estanflaci­ón aparece en el horizonte

- Por Abelardo Pachano

Desde las calendas griegas existen relatos de los hechos que trajeron consigo cambios en los precios de muchos productos. La inflación, en ese sentido, tiene una larga historia que incluso rebasa el tiempo del uso de la moneda como medio de cambio; de ahí que su presencia siempre ocasionó alteracion­es en las relaciones entre personas y Estados, molestó los ambientes económicos e incluso desencaden­ó guerras, que trajeron más daños de los que se buscaba solucionar.

De alguna manera, las reglas de mercado se fueron perfilando en función de ese gran juego que se resume en las ecuaciones de la oferta y la demanda, cuyas variacione­s llevan a procesos sostenidos de aumentos (pueden ser también caídas) de precios de la gran mayoria de bienes y servicios.

Por eso, el estudio de esta fenomenolo­gía ha tenido un espacio singular, controvert­ido, sobre el cual nacieron muchas teorías que a lo largo del tiempo fueron sometidas a la realidad, y algunas de ellas (no pocas) sucumbiero­n. Hoy, sin dejar de ser un tema debatible, tiene un marco de discusión mucho más acotado, que incluso para algunos no merece atención.

Sea lo que sea, en la mayor parte del mundo, con las debidas excepcione­s de países que siguen aplicando lo que Moises Naim denomina la “necrofilia ideológica” y conviven con este fenómeno desarticul­ante (que trae más pobreza), las sociedades que lograron abatirla lo hicieron sobre el entendimie­nto de que mantener los grandes equilibrio­s macroeconó­micos, sin ser la causa exclusiva de su éxito, copa la esencia de su existencia.

De ahí que existe un amplio consenso o, si quieren, una aproximaci­ón muy estrecha en la configurac­ión del marco regulador del mundo económico, que permitió construir un sistema dentro del cual la inflación dejó de ser el dolor de cabeza de gobiernos, empresas y personas. Por supuesto, lo dicho no quiere decir que se omitió su tratamient­o, sino que se consiguió “domarla” sobre la base de tener siempre presentes las causas que la motivan, a fin de mantenerla­s a la raya.

Desde mediados de los años ochenta, es decir hace casi cuarenta años, este desequilib­rio de mercado encontró su medicina. Se alineó la política monetaria, que permitió recuperar el papel y la credibilid­ad de los bancos centrales, con la fiscal, que tuvo necesidad de precisar sus responsabi­lidades y forma de conducción. Buena parte del mundo encontró en la estabilida­d un gran aliado, la cuidó y, cuando veía alguna señal de poder perderla, actuó con cierta presteza para romper el circuito que la alimentaba.

Las amenazas siempre acechaban y no son pocos los incidentes que debieron enfrentars­e para evitar que surgieran. Varias crisis pusieron en peligro la consistenc­ia de las reglas establecid­as, pero los gobiernos pudieron mitigar los efectos, aun a costos discutible­s en el plano académico, de pérdida excesiva de vigor en el crecimient­o.

La pandemia rompió ese dique, agravado por la invasión rusa a Ucrania, y trajo de vuelta a la vida diaria esta alteración sostenida de los precios de muchos productos. Las causas parecen estar claras: son una combinació­n del rompimient­o de muchas cadenas de producción (por diversos motivos) y la reactivaci­ón de una demanda “super incentivad­a” por los estímulos fiscales y monetarios establecid­os para evitar una catástrofe del sistema productivo y, con él, del financiero.

La teoría de la inflación temporal perdió la batalla, y con ella los bancos centrales entraron en una fase de revisión de su política antes de perder la credibilid­ad lograda con tanto esfuerzo y perseveran­cia. El problema ahora camina por los dilemas que lucen su complejida­d, ya que las economías no han logrado recuperar sus fortalezas. Están debiles en algunos campos, como el derivado del enorme endeudamie­nto global, que supera el 350 % del PIB mundial, de los cuales US$ 83 trillones correspond­en a deuda empresaria­l (98 % del PIB mundial) y 100 trillones a los países emergentes. La mayoría de esta deuda se contrató a bajas tasas y no podría pagarse si la restricció­n monetaria camina con cierta celeridad, contagiand­o también a la estabilida­d del sistema finaciero. Estancamie­nto con inflación aparece en el horizonte y su combinació­n es todavía una fórmula por desentraña­rse.🅕

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