La era del narcisismo
“La mentira tiene patas cortas” se dice como quien formula una verdad metafísica que no necesita demostración. Sin embargo, eso no es verdad. La mentira salta a borbotones de las redes sociales, de la boca de los políticos y de los periódicos, sin que podamos evitar que nos salpique. “Hasta que la verdad se ponga los zapatos, la mentira ya ha dado la vuelta al mundo” es lo que ahora se dice. Elon Musk anunció que pagaba miles de millones por Twitter como compromiso con la libertad de expresión y con la verdad, pero desistió de la compra porque descubrió que las cuentas eran falsas; quería decir la verdad, pero los receptores de la verdad eran falsos.
En Ecuador hemos vivido un año de acusaciones y amenazas entre el Gobierno y los legisladores, cada cual armado de verdades alternativas. El desafío extremo fue utilizar la llamada muerte cruzada para ir de nuevo a elecciones y definir quién vive y quién muere. No se atrevieron a aplicarla por temor a morir ambos, pero lo que temía el ciudadano era que sobrevivieran ambos.
El problema no está solamente en los políticos sino en la sociedad. El mundo ha cambiado mucho, pero más ha cambiado el hombre. La mutación más importante que se ha dado en la sociedad en el último siglo se puede caracterizar como el fin de lo colectivo y el imperio de lo individual. El ciudadano de ahora es un sujeto que no confía en nadie ni se siente representado por nadie. Habla por su cuenta y se siente dotado de poderes casi ilimitados gracias a instrumentos como el internet y el teléfono móvil, que le sirven para informarse, quejarse, desacreditar, censurar y castigar a los demás.
La fuerza de lo colectivo tuvo su máxima expresión en la Edad Media, cuando el pueblo levantó catedrales poniendo plata y persona, durante varias generaciones, para construir monumentos que ni llegarían a ver. Una gesta parecida ocurrió en nuestro país hace cien años con la construcción del ferrocarril. He leído con fruición el libro Historia del comercio ibarreño, editado por la Cámara de Comercio de Ibarra, en el que se describe la importancia de los caminos y la comunicación para las nacientes actividades económicas y relata una hazaña que ahora resulta inverosímil.
Los habitantes de esa ciudad construyeron, a pico y pala con el sistema comunitario de mingas, cien kilómetros de terraplenes para la vía férrea Quito-Ibarra. Para eso eran necesarias al menos tres condiciones: conciencia del valor de la comunidad, fe en la causa y confianza en los líderes. Esas condiciones ya no son posibles en nuestro tiempo; en los cien años transcurridos se ha perdido el sentido de un mundo común y vivimos el aislamiento del individuo emancipado de todo y de todos, autosuficiente y narcisista descrito por el filósofo francés Éric Sadin en La era del individuo tirano.
Los cambios en la sustancia del individuo no podían dejar de afectar a la sociedad. Un estudioso ecuatoriano de la realidad social, Jaime Durán, decía que la gente está endemoniada en toda América Latina, está agresiva en contra de todos; por supuesto contra los políticos, pero también contra las instituciones, las normas y todas las formas de organización.
Esta situación general está conduciendo, según Sadin, a un estado de ingobernabilidad permanente como resultado de la rabia de una multitud de sujetos, cada uno con sus particulares reclamos, todos con la sensación de haber sido engañados. Ningún partido ni corriente ideológica está a la altura de capitalizar la atomización de los afectos. “Es prácticamente imposible establecer un programa que haga justicia a todos los motivos de rencor que sienten millones de individuos”, dice Sadin.
Las multitudes de seres aislados y movilizados provocan la crisis de representatividad y la crisis de gobernabilidad que afecta a todos los sectores ideológicos. Los triunfos del populismo son aparentes y la prueba es que los supuestos amados por el pueblo y amantes del pueblo deben convertirse en tiranos para mantenerse en el poder.
“EN LOS CIEN AÑOS TRANSCURRIDOS SE HA PERDIDO EL SENTIDO DE UN MUNDO COMÚN”