El verdadero origen de la violencia
Si lográramos desentrañar lo que está detrás de la violencia que vive la actual sociedad latinoamericana, el proceso de gestación de este fenómeno y sus intrincadas ramificaciones, y llégaramos por casualidad o por simple determinación a descubrir a sus causantes originarios, posiblemente no sobreviviríamos para contarlo.
Lo que todos suponemos, especulamos o repetimos sin mayor análisis, casi por rutina, es que desde México hacia el sur, las mafias del narcotráfico llevan al menos cuatro décadas librando batallas encarnizadas, ciertamente despiadadas, por el dominio y posesión de los territorios de producción y tránsito de sus productos en este verde y exuberante continente. Y sí, no cabe duda de que esas guerras intestinas se han vuelto cada vez más crueles, hasta el punto en que varias naciones de este rincón del mundo hoy saben con certeza que han perdido definitivamente la batalla contra los grupos que controlan no solo la economía sino también la política y a muchos de los gobernantes de esos países.
En todo caso, la interrogante inicial se mantiene: ¿quién o quiénes crearon este monstruo de múltiples cabezas? ¿Cuál es el verdadero origen de la violencia que hoy sufrimos en Latinoamérica?
Una de las formas de aproximarnos al abismo inconmensurable y terrorífico de la violencia gestada por el negocio de las drogas está en la literatura, y más concretamente en el valiente (osado, temerario, casi suicida) trabajo de investigación que realizó el periodista y escritor mexicano Ricardo Raphael para su nueva novela de no ficción titulada Hijo de la guerra (Seix Barral, 2019), en la que narra la historia de un preso condenado por un delito menor en el penal de Chiconautla, Ecatepec de Morelos, estado de México, que aseguraba ser en realidad el Zeta número 9, uno de los miembros del cártel más sanguinario de México.
Ricardo Raphael, picado por la curiosidad y por ese olfato irresistible del periodista sabueso, decidió entrar en aquel terreno peligroso de las bandas criminales para investigar si aquel hombre era, en efecto, el Zeta número 9, y, de serlo, si es que estaba dispuesto a contar su historia y la del mítico grupo delictivo.
De este modo arranca la narración de este escritor que visita al preso al que se conocía entonces como Juan Luis Vallejos de la Sacha, un tipo que pasaba desapercibido en aquella prisión que en realidad le había servido de escondite para borrar su oscuro pasado.
Rapahel se interna con su investigación en los escabrosos orígenes de los zetas fundadores, que fueron parte del Ejército mexicano y posteriormente se enrolaron en la Policía Judicial Federal, un ente gubernamental que forma parte del Ministerio Público de México, encargado de investigar delitos y contravenciones, obtener pruebas y consignar a los autores ante los tribunales de justicia. Y de ahí, a revelar un secreto a voces: que los zetas se formaron y educaron en Estados Unidos como parte de un acuerdo entre gobiernos, en un campo militar de adiestramiento para fuerzas especiales llamado Fuerte Hood, ubicado en el estado de Texas, en donde se encuentra la base militar más grande del mundo.
Su adiestramiento como un grupo de élite de fuerzas especiales no solo hacía énfasis en los aspectos militares, estratégicos y de defensa, sino también en los más espantosos métodos de tortura, en la capacidad de soportar dolores inimaginables y en la resistencia psicológica y tolerancia máxima ante la crueldad extrema con la que deberían actuar con sus víctimas. En otras palabras, allí se los deconstruía, se los deshumanizaba y se los preparaba para la guerra, para cualquier tipo de guerra.
Lo que nadie comprendió durante años sale también a la luz en este impactante libro que revela cómo un grupo de élite de la Policía Judicial, entrenado en un campo militar estadounidense, preparado para todo tipo de actos bélicos, terminó vinculándose al narcotráfico y sus hombres se convirtieron en los sicarios más sanguinarios de México.
Hijo de la guerra es un relato incómodo, asfixiante, desgarrador, no solo por la brutalidad que destila, sino especialmente por esos vínculos irrefutables que mantienen todos estos grupos con los gobiernos de turno, con los propios gobernantes y los funcionarios públicos de quienes se sirven, por las buenas o por las malas, para desarrollar y mantener sus negocios, para proteger o encubrir a ciertos gobiernos, y para servirse de ellos y lograr impunidad y flexibilidad en sus acciones, o, como hemos sido testigos en los últimos tiempos, para exhibir toda su violencia cuando algún gobierno no se somete a sus reglas perversas.
“LAS MAFIAS DEL NARCOTRÁFICO LLEVAN AL MENOS CUATRO DÉCADAS LIBRANDO BATALLAS ENCARNIZADAS”