Sobre héroes y tumbas
En esta celebración del bicentenario de la batalla de Pichincha, de nuestra independencia y de los primeros esbozos del Ecuador como república, vale la pena recordar a esos personajes que arriesgaron su vida y se entregaron a la causa libertaria de buena parte de la América del sur.
El militar y político argentino Juan Lavalle (1797-1841), participó en muchas de las batallas de independencia de los distintos territorios americanos, entre ellas la de Argentina, la Gran Colombia, Perú, Chile, formando parte del Regimiento de Granaderos a Caballo creado por José de San Martín en 1812. Posteriormente participó en las guerras civiles de su país y también en la guerra de Brasil por la posesión de los territorios que hoy pertenecen a la República Oriental del Uruguay.
Lavalle participó tanto en la batalla de Riobamba (1821), como en las faldas del Pichincha en mayo de 1822. El parte redactado por Antonio José de Sucre acerca de la batalla de Riobamba dice: “Su comandante ha conducido su cuerpo al combate con una moral heroica y con una serenidad admirable”. Se dice que en esa batalla combatieron 96 jinetes al mando de Lavalle contra 400 realistas al mando del coronel Juan Carlos Tolrá. Habrían muerto tras los combates cerca de 50 realistas y un solo soldado de Lavalle.
El escritor argentino Ernesto Sabato, en su obra novelística cumbre ‘Sobre héroes y tumbas’, incluyó un Romance de la muerte del General Lavalle, en el que relata los últimos días de este personaje y la extraña peregrinación que debieron hacer sus soldados más fieles con sus restos mortales. Uno de estos fragmentos de Sabato dice:
“He peleado en cinco combates por la libertad de este continente. He peleado en los campos de Chile al mando del general San Martín, y en Perú a las órdenes del general Bolívar. Luché luego contra las fuerzas imperiales en territorio brasilero. Y después, en estos dos años de infortunio, a lo largo y a lo ancho de nuestra pobre patria. Acaso he cometido grandes errores, y el más grande todos el fusilamiento de Dorrego. Pero ¿quién es dueño de la verdad? Nada sé ya, fuera de esta tierra cruel es mi tierra y que aquí tenía que combatir y morir. Mi cuerpo se está pudriendo sobre mi tordillo de pelea pero eso es todo lo que sé.”
El general Lavalle, que había muerto poco tiempo antes en San Salvador de Jujuy, una ciudad al noroeste de Argentina, por una bala de los federalistas que entró caprichosamente por el ojo de la cerradura por la que él espiaba a sus enemigos, hace esta suerte de confesión última ante el evento inminente, bochornoso e impactante de la pudrición de su carne.
Al saber de su muerte, los federales, enemigos de Lavalle, intentaron hacerse con sus restos para decapitarlo y exhibir en una pica la cabeza del general, sin embargo, los fieles hombres de su tropa lograron ocultar su cuerpo envuelto en una bandera argentina y en un poncho, y se los llevaron con todo sigilo hacia el norte del país, hasta que el hedor del cuerpo pudriéndose fue imposible de soportar.
“El coronel Pedernera ordena hacer alto y habla con sus compañeros: el cuerpo se está deshaciendo, el olor es espantoso. Se lo descarnará y se conservarán los huesos. Y también el corazón, dice alguien. Pero sobre todo la cabeza: nunca Oribe tendrá la cabeza, nunca podrá deshonrar al general. ¿Quién quiere hacerlo? ¿Quién puede hacerlo? El coronel Alejandro Danel lo hará. Entonces descienden el cuerpo del general, que hiede. Lo colocan al lado del arroyo Huacalera, mientras el coronel Danel se arrodilla a su lado y saca el cuchillo de monte. A través de sus lágrimas contempla el cuerpo desnudo y deforme de su jefe.”
Así, Ernesto Sabato, el enorme escritor y ensayista argentino, reescribe un fragmento de la historia de su país y de América en clave de novela, que es quizás la mejor forma de contar la historia, con cierta distancia de las cifras frías y acercando al lector a la condición humana de los personajes, a sus reflexiones, a sus miedos, a sus pasiones más íntimas, e incluso, como en el caso de Lavalle, al desconocido umbral de la vida y la muerte, a la penosa descomposición de su carne y al destino siniestro de sus restos frente a la trascendencia del espíritu de un luchador incansable por la independencia de nuestros pueblos.
“LA NOVELA ES QUIZÁS LA MEJOR FORMA DE CONTAR LA HISTORIA CON CIERTA DISTANCIA DE LAS CIFRAS FRÍAS”.