Sueño con un país sin paros
La trillada frase de Mandela que dice: “La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo” ha recorrido países durante décadas y se sigue utilizando como referencia para soñar con la posibilidad de que alguien se la crea.
Crecí en mi país, Ecuador, y de niña escuchaba cómo mis padres sintonizaban el noticiero de las ocho cuando se anunciaba que había paro nacional y que las clases estaban suspendidas. Como todo niño en su inocencia, saltábamos de la felicidad porque sabíamos que al día siguiente tendríamos una inesperada vacación, que seguro duraría unos tres o cuatro días. Poco sabía yo, en ese momento, cómo esa vacación significaba años de retroceso para la estabilidad de mi país. Poco imaginaba yo que las caras de preocupación de mis padres significaban que la institucionalidad de mi país estaba en juego.
Hoy, 30 años después, todavía vivo en el mismo país, en donde sintonizamos las noticias ahora por redes sociales, pero con el mismo anuncio: “Paro nacional”. Hoy mis hijos siguen viviendo en un país donde los paros son parte de su infancia, y seguro su inocencia no les permite entender las repercusiones en el progreso de la economía, de la inversión extranjera y para el riesgo país.
Mientras más pienso en lo que podríamos hacer para que mis nietos no crezcan en un país de paro, reflexiono sobre la educación. Me sorprende que aún pretendamos estar en una situación diferente, mientras la educación de nuestro país no ha cambiado. Nuestra educación, centrada en el profesor, pasiva y memorística, que no promueve libertad, autonomía ni pensamiento crítico, sigue siendo la misma que hace 30 años. Este país en donde las destrezas con más rezago, según la ministra de Educación, son “comprensión lectora y resolución de problemas” (2022). Esta situación, a pesar de los grandes esfuerzos de los últimos ministros de Educación, no ha cambiado. Hemos invertido en reconstruir escuelas que se caen a pedazos, pagar jubilaciones y tratar de enmendar currículos que no cambian su fondo, solo su forma. La misión de muchos líderes educativos públicos es sobrevivir su gestión sin escándalos ni presión social, cuando debería ser sembrar cambios profundos en el sistema. Los ministros de Educación no pueden hacerlo solos, necesitan un aporte público-privado generalizado, que permita educar a futuros ciudadanos que no se dejen llevar por amenazas, presiones y chantajes, y que sepan que solo el trabajo es el camino al progreso.
¿Por qué esperamos resultados diferentes cuando el 27 % de los niños ecuatorianos sufre de desnutrición crónica infantil? Esa desnutrición es más grave en la población indígena, en la que uno de cada dos niños sufre de esta condición. Después de los primeros 1000 días de nacido, los niños tienen daños irreversibles en su desarrollo, especialmente en su potencial cognitivo. Esto quiere decir que, sin importar la calidad de educación que reciban, sus rezagos les impedirán alcanzar su potencial. Aplaudo al Gobierno actual, que ha puesto este tema como prioritario, pero mientras no solucionemos este grave problema social, ¿por qué esperamos estar en una situación diferente?
Esta reflexión, más que una crítica fatalista, quiere ser un esperanzador llamamiento de que sí es posible hacer un cambio en el país. Hay ejemplos a nivel mundial, en países como Israel y Singapur, en donde, con una convicción y valentía de cambio, se ha transformado el sistema educativo profundamente, y, por su efecto, la situación del país. Ahora, 20-30 años después, se los mira con admiración por su capacidad de superación. Me encanta la frase que dice: “No es que no sabemos qué hacer, es que no hacemos lo que sabemos”. Creo que invertir en educación de manera inteligente no es una idea innovadora ni disruptiva, es un discurso repetido, es casi sentido común. Ahora el desafío está en los que se atreven a cumplirla, a transformar, a reinventar la educación. La historia nos demuestra que no hacer este cambio nos dejará que futuras generaciones sigan escuchando: “Mañana no hay clases por el paro nacional”. La frase de Mandela tiene mucha razón, pero en vez de repetirla como un ideal, deberíamos hacerla parte de nuestra estrategia de superación país.
“HOY MIS HIJOS SIGUEN VIVIENDO EN UN PAÍS DONDE LOS PAROS SON PARTE DE SU INFANCIA”