Hasta el próximo partido, profeshor
Me invitaron la otra vez, a la casa del ritmo, donde todo era conga y bongó.
En tiempos de Bad Bunnyses y toda la febril logia de artistas urbanos que puntúan sus nombres con “G”, recordar un clásico de esos que entran a la vena mejor que energizante, en verdad, abriga el corazón. Más todavía cuando el icónico grupo Daiquirí resuena en tu mente, como un querido recuerdo del amigo que abría las puertas de su casa para celebrar lo que fuera, para abrazarse, para reír.
Chamo candela, rumbero bueno de verdad, dale a los cueros y pónme a gozar. Porque la rumba se ha puesto buena ya pa’ bailar.
Tengo muy clara la imagen del primer baile que tuvo su disco favorito (La Casa del Ritmo, 1984), como soundtrack. Fue la primera de tantas celebraciones, a lo largo de 25 años. Él iba encabezando la conga por sala, comedor, terrazas, patios, por todo lado por donde la feliz y acompasada fila pudiera deslizarse. ¡Cómo disfrutamos de Daiquirí aquella vez! Que, dicho sea de paso, sería debut y despedida. Porque en nuestro ímpetu juvenil, de la moda y las tendencias, en las posteriores jaranas, cada vez sonaba menos esta increíble música, aunque nunca desapareció.
Agua que no has de beber. Agua que no has de beber.
Siempre fashion, nunca infashion. La primera vez que llegué a la redacción de El Comercio, él lucía impecable: terno sin una sola arruga, corbata con nudo perfecto, zapatos lustrados como espejo. Era reportero, igual que yo, pero ya desde la más tierna reportería, él tenía la pinta de jefe editor. Es más, en el grupo que arrancamos en la aventura de ser economistas en formación jugando a ser periodistas, ya lo dábamos por sentado, desde un inicio, que él era el sustituto natural para cuando el Editor brillara por su ausencia. Y es que tenía el outfit para ejercer con derecho ese mandato. El outfit y los demás gadgets.
Todos mis pasajeros se sabían la historia, que mi última novela, esa me iba a dar la gloria.
Aunque no lo demostraba, porque casi nunca lo vi perder la cabeza, era competitivo, nivel Red Bull. Cuando le gustaba algo, se lanzaba al 110 %, tal como sentencia el lugar común en el ámbito deportivo. Me di cuenta, por primera vez, cuando entallado en un look fashion, como no podía ser de otra manera, entrenaba para las carreras pedestres en la ciudad. En su mente, estoy seguro, estaba convencido de que podía vencer a cualquier keniata que se le cruzara. Lo mismo ocurría cuando se aficionaba de otra actividad. Un tiempo fue el ping pong. Otro la bicicleta, donde tuvimos una veintiúnica salida de campo juntos y en la cual, por veintiúnica vez, le vi arrojar la toalla, en la ruta a Tandayapa, ante una empinada cuesta. Y últimamente con la natación, donde culminó con éxito el Oceanman, una competencia de natación en aguas abiertas.
Soy como el viento soy. Soy como el viento soy. Soy como las palmeras verde natural y soy azul intenso como el cielo y el mar.
Pero si algo nos unía umbilicalmente era la NBA, el fanatismo que sentíamos por el archi famoso campeonato de básquetbol estadounidense. Cada año nos juntábamos para ver los siete partidos finales. Y ahí se valía todo. This is Spartaaaaaaa! Él, hincha de cualquier equipo donde estuviera Lebron James. Yo, hincha de los Knicks de Nueva York, y de cualquier equipo donde no estuviera Lebron James. Vivimos grandes noches de gritos, una que otra palabrota, cantidades industriales de snacks, cervecita -obviamentey bullying sin parar. Los Playoffs no serán lo mismo nunca más.
Regresé a la casa del ritmo, por todos lados te busqué y aunque nunca más te vi, aquí yo me quedaré, con mis recuerdos que nunca quiero perder.
El anterior párrafo es una adaptación, una forma de decirte cuánto te extrañaré, Chamito Candela. La vida valió la pena en tus 53 años de vida.
Let’s go César Augusto Sosa! Let´s go profeshor!
“QUISIERA DEDICARTE, NO UN MINUTO DE SILENCIO, SINO UNA VIDA DE ALEGRÍAS. SOLO ES UN HASTA PRONTO...”