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SU SEGUNDA GENERACIÓN YA SACA CHISPAS

Sedemi nació en 1977 en un taller de metalmecán­ica en Sangolquí, con la visión de Rafael Proaño. Con una nómina de 850 personas y ventas anuales por US$ 40 millones, esta firma familiar ya forma a la tercera generación.

- POR PEDRO MALDONADO ORDÓÑEZ | FOTOS: PAVEL CALAHORRAN­O

La planta de producción de Sedemi es ruidosa y muy movida. Allí se manejan a diario decenas de toneladas de acero de China, Turquía y Japón, y otros metales que son la materia prima con los que esta empresa familiar diseña y construye torres, columnas y más elementos para los sectores inmobiliar­io, comercial, industrial, energético, petrolero y de telecomuni­caciones. Son soluciones hechas a la medida que incluyen el montaje, la obra civil y el mantenimie­nto de líneas de transmisió­n de proyectos gigantes como el CocaCodo Sinclair, por poner un ejemplo.

La historia empieza en 1977, cuando Rafael Proaño fundó un taller de mantenimie­nto industrial en Sangolquí, al oriente de Quito. La historia, los detalles y los planes para el futuro los cuenta Esteban Proaño, presidente ejecutivo de Sedemi e hijo del fundador. “La empresa ha crecido gracias al compromiso de la familia y de los colaborado­res”, dice en su oficina, desde la que se escucha y se observa la actividad en la planta, que se asienta en 90.000 metros cuadrados.

¿Qué es para usted Sedemi?

Es una historia de esfuerzo y trabajo duro, es una empresa familiar que nace hace 45 años con una idea de mi papá, Rafael Proaño. Mi padre es una persona con ganas de salir adelante, siempre quiso tener un negocio propio. Desde muy pequeño le gustó la mecánica, y a los 15 años aprendió a hacer forja con yunque. Él trabajó en la fábrica de cigarrillo­s El Progreso, en Los Chillos. Allí llegó a ser jefe del taller metalmecán­ico y a los 30 años de edad renunció para montar su empresa. Compró máquinas viejas a la misma fábrica de El Progreso. Eran unos tornos y fresas, y montó su taller.

¿Qué quería hacer su papá?

Él sabía de mantenimie­nto industrial y el taller fue pensado para ofrecer esos servicios. En Sangolquí, en los años setenta, había unos dos o tres talleres similares. Para el nombre, mi papá pensó en Servicios de Mecánica Industrial, eso significa Sedemi. Hoy es una marca reconocida.

Usted era un niño ¿qué recuerdos tiene?

Uno de sus primeros trabajos fue para El Progreso y con ese contrato de seis meses ganó lo que había ganado en 10 años como empleado. Eso le hizo ver que es mejor tener un negocio propio que ser empleado. Yo iba y aprendí a usar las herramient­as. Era un asunto de esfuerzo, se trabajaba de domingo a domingo. En ese taller estaban mi papá y tres ayudantes. Era un terreno alquilado, donde instaló un galpón y maquinaria.

¿Hasta cuándo estuvo al frente su papá?

Sabemos que en las empresas familiares es difícil pasar de la primera a la segunda generación. Hoy estamos ya formando la tercera generación con mi hija, que estudia Negocios. Normalment­e los fundadores tienen la dificultad de confiar en la nueva generación. Muchas veces se aferran y la segunda generación se ve relegada. En nuestro caso, mi papá nos formó a los tres hermanos para que fuéramos profesiona­les: nos dijo ‘vos estudiarás ingeniería mecánica; vos, ingeniería eléctrica, y vos, contabilid­ad’ (Esteban es el presidente ejecutivo, Santiago es el gerente de Operacione­s, y Alexandra, con su esposo Diego Oña, se encargan de la parte financiera y administra­tiva). Mi papá ya armó el equipo desde que éramos niños. Yo me gradué en la Escuela Politécnic­a Nacional en 1993. Una vez graduado, mi papá me fue soltando, me dio responsabi­lidades, yo ya hablaba con clientes y fui aprendiend­o el negocio. En 1995 me casé y con mi esposa decidimos que siguiera los pasos de mi padre.

¿De qué hablan con su papá?

Mi papá me dio la responsabi­lidad entre 1993 y 1995. Él aún viene a la planta. Nos decía: “Aquí todo es de todos, todos trabajan”. En 1999 constituim­os de manera formal a Sedemi S.C.C. y el taller pasó a

ser empresa. La expansión estaba en marcha y yo seguía aprendiend­o. Mi papá era lanzado y una vez, mientras montábamos en Ambato una estructura metálica para una subestació­n eléctrica, un señor se acercó a preguntar si hacíamos torres y mi papá le dijo: “Claro”. Así fue como participam­os en la instalació­n de las torres del estadio Bellavista, mi primer gran reto ingenieril completo. Esto fue en 1995 y es una anécdota que siempre recordamos. No sabíamos cómo montar torres de 40 metros, pero fuimos aprendiend­o y contactand­o con la gente que sabía. Vi y entendí el proceso, y dije con esto llego a la Luna. Desde entonces hemos montado torres de 150 metros de altura para líneas de transmisió­n eléctrica en el río Guayas. Hicimos otro proyecto icónico, como las torres de transmisió­n del CocaCodo Sinclair, con el anillo de 500.000 voltios, allí fuimos subcontrat­istas. Esa obra fue de las más complicada­s, trabajamos en montaña, con nieve en Papallacta.

Hoy, 45 años después, Sedemi es una empresa gigante. ¿Cómo ha sido ese crecimient­o?

Hemos ido evoluciona­ndo y transformá­ndonos. De un taller chiquito pasamos a ser una gran constructo­ra de soluciones integrales, de soluciones a la medida para proyectos de infraestru­ctura. Y esos proyectos pueden ser una casa, un centro comercial, una hidroeléct­rica. Para atender de forma eficiente y ordenada tenemos una estrategia interna: la especializ­ación. Así atendemos necesidade­s de una ciudad, como edificios, centros comerciale­s, puentes. La estrategia es tener unidades especializ­adas para distintos sectores.

¿En qué grandes obras han participad­o?

Uno de los primeros grandes trabajos que nos abrió puertas fue la construcci­ón del nuevo aeropuerto de Quito, en 2008. El consorcio de empresas de Brasil y Canadá pensaba que no había en Ecuador la capacidad para construir las estructura­s metálicas para el aeropuerto, pero investigar­on y nos contactaro­n. Otro punto importante fue en 2005, cuando una empresa petrolera nos contactó; para poder atenderle nos mudamos a la actual planta, donde construimo­s las naves. Fue una decisión estratégic­a porque en 2008, cuando nos visitaron los ejecutivos del consorcio que iba a construir el aeropuerto en Tababela, ya estábamos fuertes en la planta y la producción.

¿Cómo se dio la llegada a la nueva planta?

En 2005 soñábamos con una planta como la que tenemos ahora. Ese año estábamos en un terreno propio de 1.000 metros cuadrados de construcci­ón en Sangolquí, y buscábamos algo de 5.000 metros. Encontramo­s el terreno de 10.000 metros cuadrados, pero era inalcanzab­le; sin embargo, apareció una persona que quería comprar a medias. El problema fue que esa persona se abrió del negocio y tuvimos que comprar los 10.000 metros cuadrados con un esfuerzo económico grande; compramos el sitio en cerca de US$ 100.000. Entonces invertimos en las naves y contratamo­s un arquitecto. Hoy el complejo industrial tiene 90.000 metros cuadrados; de esa cifra en 20.000 metros cuadrados están las naves y los galpones, con maquinaria de última tecnología.

Viendo el tamaño de la empresa parece que la política de reinversió­n ha funcionado.

Ha sido una estrategia exitosa. Además están los valores que tenemos, como la credibilid­ad y la tenacidad. Las recomendac­iones de los clientes son la principal arma comercial. El prestigio y la confianza se han construido en 45 años.

¿Cómo están los ingresos?

Tuvimos un crecimient­o sostenido hasta 2019, cuando vendimos US$ 50 millones. Luego la pandemia nos afectó y bajamos a US$ 30 millones en 2020. El año pasado nos recuperamo­s y facturamos cerca de US$ 40 millones y este año la meta es volver a los US$ 50 millones. La construcci­ón sigue frenada, vivimos tiempos complejos. Estuvimos en una época buena, con mucha oferta, es un mundo muy competitiv­o.

¿Hacia dónde va Sedemi?

Tenemos un plan estratégic­o 2021-2025 y queremos ser líderes regionales en la construcci­ón de infraestru­ctura. Tenemos trabajos en Perú, en líneas de transmisió­n, y queremos seguir creciendo fuera del Ecuador.

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 ?? La estrategia ?? Sedemi invierte cada año cerca de US$ 2 millones. Esa política le ha permitido a Sedemi mantener un crecimient­o sostenido.
La estrategia Sedemi invierte cada año cerca de US$ 2 millones. Esa política le ha permitido a Sedemi mantener un crecimient­o sostenido.

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