La triste realidad de la corrupción
Saber que en el mundo hay adversidades y desgracias, no nos libera de la obligación cotidiana de intentar que sea mejor, aunque cueste. Esta certeza es lo último que nos queda para levantarnos todos los días con la esperanza de creer que el mundo tiene remedio.
Si bien la vida es complicada, hay gente que se empeña en destruir ilusiones a propósito. Hay delincuentes comunes, narcotraficantes que defienden a “plata y plomo” su negocio, escorias que hacen del delito un modus vivendi. Pero hay otros que podrían ser más despreciables, porque no entienden que la degradación de lo cotidiano afecta al bien común. Es decir, las consecuencias de sus actos se extienden a toda la red social en la que interactúan, llevando incluso a hacer que la sociedad tolere (y en muchos casos, hasta fomente), prácticas corruptas. No les basta con robar, sino que la consecuencias de sus actos afecta a la colectividad.
Es evidente que por cualquier lugar que surja la corrupción, o el abuso de cargos públicos para beneficio personal, desvirtúa la actividad del Estado, atenta contra el crecimiento económico del país e, indirectamente, transgrede la calidad de vida de la gente. Según su alcance, a decir de Paolo Mauro, “la corrupción puede perjudicar en gran medida las finanzas públicas, dado que los gobiernos recaudan menos ingresos tributarios y pagan en exceso por bienes y servicios o proyectos de inversión. Pero su costo va más allá de las pérdidas monetarias: los desvíos en las prioridades del gasto merman la capacidad del Estado para promover el crecimiento sostenible e inclusivo. Restan recursos públicos a la educación, la atención médica y la infraestructura eficaz, que son las inversiones capaces de mejorar los resultados económicos y el nivel de vida de todos los ciudadanos”.
Es innegable que la corrupción tiene un costo social.
Por eso, quienes se dedican a esto es gente despreciable y podrida que ha confundido valores. No los valores relacionados a las comisiones que cobra, porque esos los tienen muy bien identificados, sino los valores morales. Esta gente piensa que la picaresca y la viveza debe superar al trabajo. La sonrisa, el encanto y el billete son la herramienta del carismático para ganarse la confianza del poderoso. Es más importante tener conocidos que conocimiento. Total, esos son los que reparten contratos o comisiones.
Por eso, es decepcionante saber que hay gente que se llena los bolsillos con dinero que jamás habría conseguido si hubiera jugado limpio. Es indignante ver cómo contratos sobrevalorados consumen presupuestos que deberían destinarse a otras cosas. No es un simple robo a través del reparto de comisiones, es que al Estado le salga más caro lo que contrata. No es un simple acuerdo entre privados, como algún delincuente insinuó alguna vez. Como se ha destinado recursos en pagar coimas, ese dinero no se destina adecuadamente a los fines en los que se debería utilizar. Es privar a niños ir a un colegio, a enfermos que el Estado atienda sus males, a la Fuerza Pública cumplir con su tarea.
Es espantoso ver gente que a lo único que se dedica es a intermediar contratos con el Estado. Familias enteras, con hijos que siguen el pésimo camino del padre, negociando condiciones y comisiones. Esta gente tiene que entender que sobre sus hombros lleva un gran peso y la responsabilidad de echar abajo sueños, de corromper al país, de ser la moral podrida de una sociedad que ve en su ejemplo el dinero fácil.
Este artículo despertará conciencias entre los honestos y entre quienes se identifican con lo dicho. Los otros, ni siquiera les importará lo que escribo. Pero los honestos deben empezar a señalar a los indecentes, dejar de abrir las puertas en sus casas o clubes, realizar un verdadero control social que permita el finger pointing y el rechazo a sujetos asquerosos. El aprobar prácticas corruptas para beneficio personal es otra forma de corrupción. La sociedad se pudre cuando acepta al ladrón a sabiendas. Eso mina la confianza. Por eso, si dejar de robar no funciona porque el sistema está torcido y los gobernantes de turno dejan robar, quizás la presión social nos ayude a pensar que, en efecto, el mundo podría ser mejor.
“ES ESPANTOSO VER GENTE QUE A LO ÚNICO QUE SE DEDICA ES A INTERMEDIAR CONTRATOS CON EL ESTADO”