La vida ante sí
Todo se trató de una gran broma o, si se lo quiere mirar de otro lado, de una gran estafa literaria que se descubrió varios años después. La idea fue de él, la concepción de la impostura también; así como fue de él, del escritor Romain Gary, la autoría de una novela genial que vería la luz envuelta en un manto de sospechas, que, más tarde, mucho tiempo después, tras un trágico desenlace, se confirmarían.
Romain Gary (1914-1980) fue un renombrado y laureado escritor francés de origen lituano. Se graduó de abogado en París y se alistó en la aviación durante la Segunda Guerra Mundial. Tras el conflicto, empezó su carrera diplomática, y, a la par, el que sería su exitoso trajinar en el mundo literario.
Gary, un hombre dado a los seudónimos, pues su nombre real era Romain Kacew, adoptó el apellido con el que se lo conoce hasta hoy cuando se nacionalizó francés; sin embargo, luego de haber publicado las grandiosas novelas Las raíces del cielo (premio Goncourt, 1956), El bosque del odio, La promesa del alba y Lady L., decidió un buen día escribir con una voz distinta sus siguientes obras. Para este cometido, que buscaba claramente engañar a la crítica y a los lectores asiduos de sus novelas, y explorar así el resultado de una nueva narrativa bajo otra identidad, adoptó el nombre de Emile Ajar. Bajo este seudónimo publicó cuatro novelas. La última, que desataría al cabo de años el gran escándalo, fue La vida ante sí, que en 1975 fue también galardonada con el prestigioso Goncourt, además de haber sido una de las más vendidas del año, con un millón y medio de ejemplares.
La concesión del premio Goncourt por segunda ocasión era algo que no había sucedido jamás, pero, al tratarse de un premio literario que se otorga a la obra y no al autor de esta, y además por habérsela concedido a Emile Ajar, un completo desconocido, no hubo en principio ninguna repercusión, a pesar de que durante varios años ya ciertos personajes de la literatura francesa, críticos, editores y lectores, se habían cuestionado abiertamente si el tal Emile Ajar no sería realmente el afamado Romain Gary.
Y fue allí justamente donde se fraguó la broma, pues Gary siempre había negado ser o tener algo que ver con Ajar, hasta que un día, tras las presiones que sentía alrededor del misterioso escritor, decidió contar la verdad, su verdad. Así, en 1974, presentó en público a la prensa francesa al escritor Emile Ajar, que era en realidad su sobrino segundo, Paul Paulovitch. De este modo, en 1975, tras recibir el premio Goncourt, Paulovitch, que se había mantenido oculto y esquivo, atendió a la prensa, dio alguna conferencia y concedió una entrevista para hablar de “su obra”, La vida ante sí.
Solo en 1980, tras su suicidio, se descubrió la verdadera identidad del autor de esta novela. Romain Gary, en una carta que dejó a su sobrino, Paul Paulovitch, lo relevó de la responsabilidad de haber asumido la falsa autoría y confesó que él era el autor de todas las obras escritas bajo el seudónimo Emile Ajar. Así, dijo que todo se había tratado de una gran broma.
Lo cierto es que el único doble ganador del Goncourt en la historia del premio dejó varias novelas extraordinarias, entre ellas La vida ante sí. Esta es un retrato sublime, dulce y profundamente poético de un barrio parisino en el que confluyen una serie de personajes extraños, casi todos desechados de la humanidad. En especial Rosa, una judía que se libró de la muerte durante la guerra, que acoge en su casa a decenas de niños, todos hijos de prostitutas, quienes, para seguir ejerciendo la profesión y llevarse un pan a la boca, se ven obligadas a entregar a sus niños a esta singular mujer, que los protege a cambio de una exigua paga (que en muchas ocasiones no llega), para mantenerlos, cuidarlos y educarlos.
Momo, un niño de origen árabe que no conoce a su madre, pues ha sido entregado a Rosa cuando apenas era una criatura, es el protagonista de esta trama, en la que descubrirá con sus hermosos ojos su verdadera identidad. Y también descubrirá lo dura y, al mismo tiempo, lo maravillosa que pude ser la vida con alguien como Rosa, esa mujer judía que se desvive por sus niños cada día.
“ESTE ES UN RETRATO SUBLIME, DULCE Y PROFUNDAMENTE POÉTICO DE UN BARRIO PARISINO EN EL QUE CONFLUYEN UNA SERIE DE PERSONAJES EXTRAÑOS”.