LOS RUSOS LO RECLUTARON PARA QUE INVENTE MÁS
AL QUITEÑO ANDRÉS JARAMILLO, LA PERSEVERANCIA LO PREMIÓ. DESPUÉS DE CERRAR SU DESTILERÍA, SER DESPEDIDO DURANTE LA PANDEMIA Y ENFRENTAR LA COMPETENCIA DESPIADADA CHINA, SU INVENTO DE DESTILADORA DOMÉSTICA LLAMÓ LA ATENCIÓN DE UNA EMPRESA RUSA. HACE POCOS DÍAS ESTA COMPRÓ EL 80 % DEL EMPRENDIMIENTO Y LO CONTRATÓ PARA MONTAR EN ECUADOR UN LABORATORIO DE INNOVACIÓN QUE TENDRÁ OPERACIONES EN EL PAÍS, CANADÁ Y RUSIA.
Al escucharlo contar su historia de emprendimiento, hay que frotarse — varias veces— los ojos. Pretextos para tirar la toalla los tuvo, uno tras otro, como si hubiese sido víctima de un sortilegio. Pero Andrés Jaramillo, graduado en Marketing y Publicidad por la Universidad de Palermo, Argentina, y con una Maestría en la Escuela de Diseño y Moda (IED) de Madrid, España, no creyó en esa sal ni en cucos, solo lo vio como una mala racha temporal. Confió en su instinto y capacidades, se mantuvo a flote y ahora es uno de los reclutados por la empresa rusa IRZ.Invest para crear nuevos productos.
¿Cómo llegó hasta ese punto? Hay que tomar la punta del ovillo. Hace siete años este quiteño montó su propia destilería para producir un licor que se llamaba Amaranto Gin. En el mejor momento de este primer paso como emprendedor, un cambio en la estructura tributaria para licores volvió inviable a su negocio, porque su producto no era competitivo en precio. Tuvo que retirar el stock de los autoservicios y cerrar las puertas de su destilería. Con la sensación se encontrarse en el limbo, y con toda la capacidad instalada en off, realizó un viaje por la Amazonía para buscar nuevas líneas que pudieran ayudar a reactivar el negocio. Durante el recorrido se dio cuenta de que trasladar la planta a cualquier parte del país habría sido una empresa muy costosa. Así que en su cabeza empezó a imaginar una máquina de fácil destilación, eléctrica y transportable como si fuera una cafetera normal y corriente.
De regreso a Quito, navegó por Google con la curiosidad de saber si en alguna parte del mundo había patentes de sistemas de destilación en formatos móviles, pequeños. Cuánta fue su sorpresa al ver que en su búsqueda no aparecía ni un solo elemento. “Los sistemas de destilación normalmente son muy complejos y me decía que si hubiera algo que con solo enchufar funcionara sería excelente. Al no encontrar nada, me puse a trabajar, me reuní con un par de ingenieros que me ayudaron a darle forma y empecé, literalmente con programas de diseño, a crear un prototipo”.
En el transcurso, y mientras seguía investigando, aceptó un trabajo como gerente de Marca en la empresa de cuadernos y útiles escolares Norma. Las cosas se complicaron porque al llegar la pandemia el golpe para esta compañía fue muy duro y se vio obligada a recortar costos y personal, entre ellos Jaramillo. En medio de esta mala noticia, al menos la liquidación de US$ 9.000 que recibió le sirvió para impulsar el proyecto de las destiladoras domésticas; para ello separó US$ 5.000. “El resto, según yo, me sirvió para vivir, sobrevivir. Era una gran apuesta”.
En medio del confinamiento, contac
tó a más de 120 fábricas que pudieran, con el boceto de su prototipo, hacerlo una realidad. Una de ellas se ofreció, y luego de una comunicación virtual de tres meses, el prototipo estaba hecho. Sin embargo, se sumarían varios problemas. El primero, en las Aduanas no había una categoria llamada “minidestiladores eléctricos”, por lo que la logística y la burocracia fueron un dolor de cabeza que tuvo que solucionar explicando a los funcionarios de lo que se trataba. El segundo, el precio de los fletes desde China, que hizo que, aunque costó US$ 64 por la fabricación, el desembolso subió a US$ 450. Y el tercero: ¿y, ahora, cómo financiar el lote de máquinas que permitan una importante compra al fabricante chino? Requería US$ 27.000 y no los tenía. Al estar desempleado no era sujeto de crédito. Se unió a Kickstarter y armó un crowfunding. Tras conocer cómo era el proceso, y en una experiencia de muchas caídas y levantadas, logró lanzar la campaña en California, Colorado y Texas. Pero el apoyo fue escaso. En tres días apenas había recolectado US$ 300. Cambió de estrategia y arriesgó los pocos recursos que le quedaban, que eran el sostén del hogar con su esposa, y empezó a meter presupuesto para que más gente supiera de su producto. ¡Funcionó! Logró vender US$ 100.000 y con ese dinero adquirir 860 máquinas que se guardaron en un puerto chino y en Los Ángeles. Tras superar algunos problemas de entrega, Amazon se fijó en el éxito de la venta y ordenó 300 unidades. Desde ahí, en total ha logrado vender 2.900 máquinas, a un precio de US$ 300, cada una.
Pero otro problema le aguó la fiesta. Los chinos empezaron a fabricar máquinas parecidas, aunque sin la calidad de las de Jaramillo, lo que le rompió el mercado. Para su suerte (¡por fin!), la empresa rusa IRZ.Invest, interesada en el producto, le propuso comprar el 90 % de su emprendimiento. Ante la imposibilidad de sostener el negocio a largo plazo, con la competencia china asfixiándolo y al ver el poder económico de esta compañía, accedió. Y, además, la firma le contrató para crear otros productos. “Hace poco cerramos el acuerdo. Mantengo la propiedad de un 20 %, la fabricación y la logística pasa a ellos, mientras que la investigación, el desarrollo y la comercialización siguen en mi cancha. La empresa se convierte en un laboratorio de innovación, vamos a tener operación en Ecuador, Canadá y Rusia”.