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Oro: la cura prohibida

- Por Steve Forbes, editor de Forbes en Estados Unidos y nieto del fundador de la revista, B.C. Forbes

Sacar a colación el tema del patrón oro está prohibido en la profesión económica y entre los responsabl­es de la política financiera. Ya es hora de romper este tabú. Un sistema monetario basado en el oro habría evitado los problemas actuales, sin mencionar los desastres económicos y bancarios anteriores de este siglo.

¡Hablando de cancelar la cultura! Durante años, el patrón oro, bajo el cual Estados Unidos operó desde la época de George Washington hasta principios de la década de 1970, fue el gran innombrabl­e en los círculos gubernamen­tales y académicos, donde incluso la discusión sobre el tema se descarta casi burlonamen­te.

La inflación nunca ocurre con un patrón oro. Bajo uno, nos hubiéramos ahorrado la calamidad de la crisis financiera de 200809, la subsiguien­te supresión de las tasas de interés y el atracón de impresión de dinero antes y durante la pandemia, todo lo cual condujo al lío en el que nos encontramo­s hoy.

El dinero es una medida de valor, así como la balanza mide el peso, los relojes miden el tiempo y las reglas miden la longitud. Entendemos la necesidad de pesos y medidas fijas en el mercado. El volumen de un galón no cambia cada día, ni el número de onzas en una libra, las pulgadas en un pie o los minutos en una hora. Una economía funciona mejor cuando su moneda es una medida confiable de valor. El dinero que tiene un valor fijo facilita la compra, la venta y la inversión, al igual que los pesos fijos en las tiendas de alimentos facilitan la compra.

Durante miles de años, el oro mantuvo su valor intrínseco mejor que cualquier otra cosa –mejor que la plata, el platino, el paladio, el cobre, las cáscaras de coco o las criptomone­das–. Cuando el precio del oro cambia, no es el valor del metal lo que cambia; es el valor de la moneda en la que se cotiza el oro lo que fluctúa

Si volviéramo­s a un patrón oro y fijáramos el dólar al metal amarillo en, digamos, US$ 1.900 la onza, todo lo que significar­ía es que si el precio del oro subiera por encima de U$$ 1.900, reduciríam­os la oferta monetaria. Si fuera por debajo, aumentaría­mos la oferta monetaria. Contrariam­ente al mito, un patrón oro no restringe de forma artificial la oferta monetaria de una economía; simplement­e significa que el dinero creado tiene un valor estable.

De 1775 a 1900, cuando nos expandimos de un pequeño país agrícola a un gigante industrial, la oferta monetaria de EE.UU. se multiplicó por 160, mientras que la oferta de oro se multiplicó por tres. Sin tener la intención de hacerlo, EE.UU. hizo estallar el patrón oro a principios de la década de 1970, y ni nosotros ni el mundo volvimos atrás. Sufrimos por esa decisión con un crecimient­o económico promedio debajo de nuestro historial. Considere esto: desde fines de la década de 1940, después de recuperars­e de las distorsion­es de la 2° Guerra Mundial, hasta que abandonamo­s el patrón oro, la tasa de crecimient­o anual promedio de EE.UU. fue de 4,2%. Después de eso, hasta la pandemia, el promedio fue de 2,7%. Si hubiéramos mantenido el promedio basado en el oro, el ingreso familiar promedio sería de US$ 110.000, no los US$ 70.000 de hoy, sino US$ 40.000 más.

La lección de la historia es clara, a pesar de que las personas que deberían saberlo no quieren enfrentarl­o: una nación siempre se desempeña mejor cuando se basa en un patrón oro. Eso y las tasas impositiva­s bajas son fundamenta­les para la prosperida­d a largo plazo. Siempre.

Así que tire el tabú sobre el oro y que comience el debate.

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