Poner los riesgos en la balanza
Todas las organizaciones afrontan desafíos y, como no puede ser de otra forma, riesgos. En mayor o menor medida, cada decisión entraña al menos uno: lo ponemos en la balanza y decidimos si se asume o no. Algo que forma parte del día a día de cualquier ejecutivo se complica cuando toca hacer frente a riesgos que se escapan de nuestro control, que son externos y dependen de elementos que se están volviendo cada vez más volátiles.
En el intrincado tejido global actual, vemos cómo situaciones que hace no mucho hubiésemos observado desde la lejanía, con más o menos sorpresa, más o menos preocupación, pero definitivamente como espectadores ajenos, hoy terminan impactando de forma contundente en gran parte de los sectores y de la población. Ser conscientes de un contexto globalizado implica serlo también de que los análisis fragmentados ya no funcionan.
Comprender la interconexión entre factores políticos, económicos y sociales en sus distintos niveles y alcances se va convirtiendo en una piedra angular para quienes miramos al medio y largo plazo, pero, sobre todo, para quienes queremos poder decidir con, al menos, un poco de criterio.
El World Economic Forum, en su Informe de Riesgos Globales 2024, identifica la desinformación como el primero de lista. Puede resultar exagerado para algunos; sin embargo, cuando evaluamos su repercusión en otros factores, incluso en otros de los riesgos identificados entre los principales, entendemos el porqué de ese poco alentador primer puesto.
La desinformación, las noticias falsas y, en general, la pobreza informativa que cada vez envuelve más a la sociedad distorsionan la realidad y generan percepciones que se convierten en acicates de una polarización y división social que, a su vez, impacta de forma directa en la política. Un vínculo peligroso.
La radicalización de determinados discursos que vemos volcados en medidas proteccionistas o restrictivas, moldeando políticas de gran impacto, es parte del resultado. Frente a ello, encontramos una ciudadanía cada vez más anestesiada, dispuesta a aceptar y a ceder derechos, que demanda (con razón) respuestas a los problemas que le acucian, pero sin ponerle mucha atención al cómo van a llegar esas soluciones y cuál va a ser su precio.
Precisamente, el reporte considera la polarización no solo como uno de los riesgos a considerar tanto en un escenario inmediato como en los próximos 10 años, sino que además lo considera como uno de los más interconectados, es decir, como un motor capaz de impulsar otras amenazas y sus posibles consecuencias. El famoso “divide y vencerás” vuelve a estar de actualidad y apenas nos vamos dando cuenta.
La tecnología entra en el juego con un rol protagonista. En los últimos meses hemos visto aplicaciones de la inteligencia artificial que nos han fascinado; sin embargo, también otras que nos han puesto los pelos de punta y que nos hacen cuestionar su uso y cómo afectan a la integridad y derechos de las personas. El potencial es infinito, como muchas de las herramientas que tenemos a nuestra disposición, pero, una vez más, es el uso que le damos lo que marca la diferencia.
El nexo inevitable en el uso de la información, para que no se convierta en lo contrario, y el de la tecnología es, sin lugar a dudas, la educación. Gestionar los recursos y herramientas que tenemos a nuestro alcance de forma constructiva, aportando valor a nuestro entorno, pasa por el aprendizaje, la capacidad de discernir y de elegir.
Tenemos el análisis, el mapa de riesgos. Muchos los vivimos, los observamos cada día. Ahora el planteamiento es cómo prepararse y no limitarse a reaccionar frente a lo que vaya ocurriendo. Ser un activo en este contexto implica, más que nunca, impulsar un liderazgo consciente, ético y con valores como el mejor escudo.
“EL NEXO INEVITABLE EN EL USO DE LA INFORMACIÓN, PARA QUE NO SE CONVIERTA EN LO CONTRARIO, Y EL DE LA TECNOLOGÍA ES, SIN LUGAR A DUDAS, LA EDUCACIÓN”.