La devota comisión de una maestra
Muchos han abocetado a Otavalo, en tanto los pintores han utilizado el lienzo para retener su estampa, los pobladores dependiendo del temple, la han aprisionado contra el pecho, y valiéndose del grito o el silencio, estiman a la comarca como suelo bendito donde vieron la luz primera, o los vesperales cuando la tierra les requiere volver a su entraña. La vida siempre ha sido corta para cantar o poetizar al admirado valle, haciéndole grande con los oficios, artesanías, profesiones, comercio, y la hilatura enamorada de hombres y mujeres.
Ha llegado a mis manos un retrato en blanco y negro, sellado atrás con una reseña que dice: Foto Cifuentes, 22 de oct. 1968, Venezuela 666. La fotografía fija a la señora Carmen Hortensia Carrillo, distinguida otavaleña que cumpliera preponderadamente la misión de educadora en ciertos rincones imbabureños. La imagen delinea un rostro afable con cejas pobladas, frente alta de pensadora, pelo corto e inflado, moda de aquellos años.
Carmen Hortensia Carrillo nació Otavalo en 1913 y fallece en el 2008, sus padres: Manuel Carrillo y Carmen Olmedo. Vivió inicialmente en el Barrio El Empedrado, estudio en la Inmaculada y Manuela Cañizares de Quito, gracias a una beca que le diera el Municipio. Su logro profesional se debe a la vocación y estudio. La modesta economía familiar le impulsó a alcanzar grandes ejecuciones. Su abuelo Manuel Carrillo fue escribano y personaje respetado en el medio. El título de Profesora Normalista sirvió para cumplir en la Granja Atahualpa, caserío antes de Gonzales Suárez donde compartió con el célebre educador Gustavo Alfredo Jácome; la mayoría de sus alumnos eran indígenas.
La eficiencia le llevó a las escuelas José Martí y Diez de Agosto de su natal ciudad. Fue directora de la escuela Gabriela Mistral en la que permaneció veinte años. Fundó el Colegio República del Ecuador, fue su primera rectora e iniciadora de la construcción de la actual edificación que consagra su nombre al perennizarla en un mural junto a Transito Amaguaña y Mathilde Hidalgo de Prócel. La función de rectora incluía clases de Cívica y Urbanidad, y en época de vacaciones buscar alumnas en las poblaciones cercanas. Como autoridad fue organizada y estricta, sacaba tiempo para las incontables gestiones en el Ministerio de Educación, sus luchas hicieron que el Colegio República del Ecuador no solo forme en corte, confección y bordado, sino en contabilidad y secretariado.
Su gestión alcanzó donaciones de máquinas de coser por parte del industrial Germánico Pinto, dueño de la Fábrica Pinto que aseguraba incluso trabajo a las graduadas. Teorizadora de la banda de guerra, de las bastoneras y de triunfos en los torneos deportivos, la biblioteca otro logro. La jubilación en 1972 no impidió sus discursos y disertaciones, perteneció al Club 24 de Mayo, fue Presidenta de Honor del Centro Femenino de Ibarra, miembro de la Casa de la Cultura, la Sociedad Bolivariana y la Cruz Roja de Otavalo. Mujer humanista, excelente madre y esposa, estuvo casada con el normalista Luis Enrique Ubidia de quien guardo con afecto un regalo, la Preceptiva Literaria de Luis Gálvez.