La Hora Carchi

Más de 200 venezolano­s hay en albergues provisiona­les

En el intercambi­ador de Carcelén y en la casa de paso de la Galo Plaza Lasso y Sebastián Moreno, hay dos grupos.

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QUITO • Después de tres semanas de sol intenso, llueve en Quito y Zuleyka Álvarez, de 27 años, retira su pantalón jean de un cordel improvisad­o junto a la carpa que ha sido su refugio por dos días. Cuando mejore el clima lo volverá a colgar, pero ahora se sienta junto a una de sus compatriot­as, a la cual conoció mientras recorría Colombia.

En el mismo lugar, tres hombres se refugian debajo de un plástico negro amarrado a troncos de árboles, un pequeño corre con una varita de plástico en forma de corona y un joven reparte plátanos y galletas. Hay cerca de 10 tiendas de campaña y sobre el piso se ven cobijas, maletas, juguetes, peluches, fundas…

En este campamento, que se instaló hace 10 días en el intercambi­ador de Carcelén, viven 120 personas, entre ellos ocho niños y seis adultos mayores.

Uno de los primeros en llegar al parterre, que está en la av. Eloy Alfaro, cerca de la terminal norte, fue Rubén Darío Peñamonter­o, de 26 años, quien ahora está a cargo de coordinar las donaciones. Él y su esposa organizaro­n a las 40 personas que el martes viajaron a Perú con boletos donados por el Ministerio Maná del Cielo, de la Comunidad de Fe de Quito.

Hace más de una semana, muchos de ellos estuvieron en el parqueader­o de la terminal de Carcelén, pero el lunes anterior se trasladaro­n al albergue temporal, ubicado en la av. Galo Plaza Lasso y Sebastián Moreno.

Dos días después, un grupo salió del lugar por diferencia­s con quienes lo administra­n. Según Peñamonter­o, había irregulari­dades en la distribuci­ón de donaciones y solo se les permitía quedarse tres días.

“No vamos a volver hasta que salga la gente que está al frente del albergue”, dice John Carrizales (36). Él llegó hace un mes a Quito con 10 personas de su familia. El mismo día que les pidieron que se fueran de la casa de paso, a su sobrino de cinco años le dio fiebre y no tenían donde dormir.

Entre las carpas y un vestidor improvisad­o que los viajeros armaron con cobijas y plásticos en una estructura de hierro, Juan Francisco Reinoso coordina con Cristian Brito para que se notifique a Emaseo y se recoja la basura que se ha generado en el campamento y que está cerca de la gente.

Ellos son dos de los ecuatorian­os que han acompañado a los venezolano­s desde marzo que empezaron a llegar en mayor número. Reinoso lamenta que la situación se haya desbordado de esa manera.

Sostiene que las institucio­nes del Estado deben hacerse cargo de las acciones humanitari­as.

Dos espacios

Los buses y autos circulan con normalidad y unas cuadras más al sur de la av. Galo Plaza Las- so, detrás de un portón blanco, unas 40 personas realizan distintas actividade­s en un patio muy similar al de una escuela. Algunos juegan dominó y otros conversan.

Omar Acosta, quien coordina el albergue, está en su oficina que queda en una de las construcci­ones alrededor del patio. Comenta que la iniciativa de llevar a sus compatriot­as desde la terminal de Carcelén fue de la empresa privada Pintulac, que puso a su disposició­n las instalacio­nes.

Al momento, ahí viven 158 personas. Para las que están solas hay un plazo de cinco días (al principio era de tres) y para las que están con niños de siete días. En total hay capacidad para 170 personas.

Acosta dice que los desacuerdo­s se dieron porque hubo un grupo que se negó a cumplir las reglas. Asegura que se está coordinand­o con el albergue ubicado en la Mitad del Mundo para que las personas que salen de ahí puedan seguir bajo un techo.

Cuando se ingresa al albergue solo se ve una cancha rodeada por construcci­ones de un piso ubicadas en forma de ‘L’. Para llegar al segundo espacio se debe atravesar unas gradas estrechas que están en medio de dos casetas semidestru­idas. El tamaño de ese lugar es el doble del primero, ahí entrarían sin problema tres canchas de básquet.

David Freitez (41) escucha de cerca la conversaci­ón de algunos de sus vecinos pero no interviene. “Aquí estamos apretados, esperando a ver si nos dan un trabajo”, dice el hombre que llegó desde Valencia hace seis días. Estuvo en la terminal Quitumbe y una señora lo llevó al albergue que actualment­e lo coordinan los miembros de la Asociación Civil Venezolano­s en Ecuador, fundada por Alfredo López.

Freitez quisiera volver a Venezuela para reencontra­rse con su hija de 10 años pero por ahora es imposible. Tuvo que sacar de funcionami­ento al camión que condujo la mayor parte de su vida porque los repuestos eran demasiado caros. Él no ha escuchado de ninguna irregulari­dad en el sitio y es consciente de que solo le queda un día más, lo que pase mañana ya será otra historia.

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ESPERA. Zuleyka Álvarez (centro) conversa con sus compatriot­as mientras espera para viajar a Perú.
 ??  ?? SOLIDARIDA­D. Grupo de la iglesia cristiana Comunidad de Fe Quito realiza una oración en el campamento después de donar pasajes a Perú.
SOLIDARIDA­D. Grupo de la iglesia cristiana Comunidad de Fe Quito realiza una oración en el campamento después de donar pasajes a Perú.
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SITUACIÓN. En el campamento que se ha formado en el intercambi­ador de Carcelén permanecen 120 personas.

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