Iguales pero diferentes
Israel y Palestina están en guerra desde hace miles de años, a pesar de ser vecinos; Donald Trump pretende construir un muro en la frontera que separa a su país de México; los musulmanes atentan contra ciudadanos y leyes de países cristianos; Turquía atenta contra Kurdos a pesar de compartir territorios; Maduro amenaza a Colombia a pesar de ser vecinos; catalanes no soportan a castellanos y buscan independizarse de España; en Nicaragua su gobierno no vacila en asesinar a más de 300 compatriotas; hasta hace unos años, blancos y negros vivían en constante violencia en Sudáfrica; Yugoeslavia se desintegró en 5 países a pesar de compartir territorio; una dictadura en Argentina no vaciló en asesinar a cerca de 30 mil compatriotas; en Chile se contabilizaron 3.500 chilenos asesinados; Ecuador y Perú se enfrascaron en varios conatos de guerra y en guerras declaradas, a pesar de ser vecinos.
Esta es apenas una pequeña lista de los conflictos violentos acaecidos en el mundo en los últimos años, en ella no constan innumerables conflictos y escaramuzas tribales, de grupos armados irregulares que no acatan vivir en paz dentro de un territorio y pretenden tomarse el Poder a la fuerza; así como tampoco los he puesto a esas guerras sangrientas por imponer condiciones en territorios ricos en productos económicos estratégicos. Igualmente no he mencionado esas escaramuzas constantes entre partidarios de tal o cual partido político o de un líder cualquiera o a esa Universidad que no le entrega la beca a un compatriota nuestro por el solo hecho de ser indígena y tener el pelo largo.
¿Qué nos pasa a los seres humanos que no podemos vivir en paz? ¿Por qué recurrimos siempre a la violencia para imponer nuestros criterios o nuestras ambiciones?
En todos los casos mencionados y los demás, un sicólogo diría que se halla presente el miedo al “otro”, al que no es igual a mí, al que no habla mi idioma, al que tiene un color de piel diferente al mío, al que adora a otro dios, al que se viste en forma distinta a la que yo lo hago, al que tiene costumbres; en suma, al que piensa y vive en forma diferente.
A pesar de los miles de años transcurridos desde que la especie humana se regó sobre la faz de la Tierra, el miedo al “otro” no ha desaparecido, sigue aún presente en nuestras vidas, impidiéndonos maravillarnos de las diferencias, vendándonos los ojos a la inmensa variedad cultural que cada grupo humano posee y pone en práctica para domar el medio natural que lo rodea. Cuánto aprenderíamos si en lugar de llamarnos “otros” aprendiéramos que somos seres humanos diferentes.