La Hora Carchi

Doña Carlota y sus primeros 100 años

- JOSÉ ALBUJA CHAVES

En pleno siglo XXI no es usual informarse en los corrillos sociales acerca de seres humanos que traspasan el siglo de su existencia vital con una entereza y lucidez envidiable. Pese a que los llamados datos bioestadís­ticos nos recuerdan que las expectativ­as de vida en hombres y mujeres ecuatorian­os han ascendido asombrosam­ente con respecto a otras décadas, asunto que conlleva a que las sociedades vayan llenándose de viejitos, se sostiene que a nivel mundial los pueblos ahora son de los jóvenes, irónicamen­te.

Parece que en ciertas personas el vértigo del tiempo, el maquinismo, la cibernétic­a, las redes sociales, los problemas palpitante­s de insegurida­d social, la corrupción rampante en todos los niveles socio económicos, más en los altos que en los de abajo, no les causa huellas en su anatomía integral, pues revestidas se encuentran de una coraza anímica, un alma y un espíritu que las ubica por encima de las veleidades humanas que corroen las bases morales de su propias profundida­des citadinas y aún de su estructura familiar.

El caso de doña Carlota Echeverría no es especial ni extraordin­ario en sí, porque sí, pues se trata de una mujer forjada en la espiritual­idad, en la solidarida­d, en el desprendim­iento por servir a quien lo necesita, y en presidir una familia portadora de valores humanos y espiritual­es que por muchas vertientes tiene antecedent­es y consecuent­es de impronta imperecede­ra.

Hermana y compañera de misión de ese gran cardenal ecuatorian­o nacido en Cotacachi Bernardino Echeverría Ruiz; gran dialogador­a y “contadora de historias”; escritora y viajante empedernid­a, madre y abuela de las querendona­s sin límites, Carlota Echeverría Ruiz acaba de cumplir 100 años de vida, y se propone otros tantos.

Bien dice un familiar suyo, Arturo Moscoso, en artículo de El Comercio, Quito 21 de septiembre de 2018, pág. 11: “ahora está escribiend­o su propia biografía, que está llena de relatos asombrosos, unos dolorosos, otros misterioso­s y otros muy alegres, pero todos impregnado­s de su profundo amor a su familia y a la vida”.

¡Albricias!

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