Doña Carlota y sus primeros 100 años
En pleno siglo XXI no es usual informarse en los corrillos sociales acerca de seres humanos que traspasan el siglo de su existencia vital con una entereza y lucidez envidiable. Pese a que los llamados datos bioestadísticos nos recuerdan que las expectativas de vida en hombres y mujeres ecuatorianos han ascendido asombrosamente con respecto a otras décadas, asunto que conlleva a que las sociedades vayan llenándose de viejitos, se sostiene que a nivel mundial los pueblos ahora son de los jóvenes, irónicamente.
Parece que en ciertas personas el vértigo del tiempo, el maquinismo, la cibernética, las redes sociales, los problemas palpitantes de inseguridad social, la corrupción rampante en todos los niveles socio económicos, más en los altos que en los de abajo, no les causa huellas en su anatomía integral, pues revestidas se encuentran de una coraza anímica, un alma y un espíritu que las ubica por encima de las veleidades humanas que corroen las bases morales de su propias profundidades citadinas y aún de su estructura familiar.
El caso de doña Carlota Echeverría no es especial ni extraordinario en sí, porque sí, pues se trata de una mujer forjada en la espiritualidad, en la solidaridad, en el desprendimiento por servir a quien lo necesita, y en presidir una familia portadora de valores humanos y espirituales que por muchas vertientes tiene antecedentes y consecuentes de impronta imperecedera.
Hermana y compañera de misión de ese gran cardenal ecuatoriano nacido en Cotacachi Bernardino Echeverría Ruiz; gran dialogadora y “contadora de historias”; escritora y viajante empedernida, madre y abuela de las querendonas sin límites, Carlota Echeverría Ruiz acaba de cumplir 100 años de vida, y se propone otros tantos.
Bien dice un familiar suyo, Arturo Moscoso, en artículo de El Comercio, Quito 21 de septiembre de 2018, pág. 11: “ahora está escribiendo su propia biografía, que está llena de relatos asombrosos, unos dolorosos, otros misteriosos y otros muy alegres, pero todos impregnados de su profundo amor a su familia y a la vida”.
¡Albricias!