El color de los fantasmas
El abuelo que era el mago relator de las lidias humanas, desvestía las trozas de madera enfrente de la nieta; el tronco, acostado sobre el banco de trabajo del indagador artesano, se prestaba para que el obrero encuentre el alma de arboleda. Preparada la tabla, se reencarnaban nuevas vidas: mesas, charoladas cujas, sillas caprichosas y ventanas para mirar el mundo.
Cepillar la madera era oficio de don Benjamín Buitrón, el rebane de los listones reunía en el piso la ensortijada viruta olorosa a cedro nuevo, motivo de juego de la vaporosa nieta, Katya del Rocío Guerra Buitrón, que veía en la cepilladura, líneas y volúmenes, para ella, más que una muñeca, valía el aserrín y el polvillo que teñía el vestido y cuerpo del venerable santo confinado en una repisa.
Llenaron el imaginario de Katya la filitud de las gubias, los colores de granos y frutas enhuertadas entre tapiales en los solares del apacible caserío de Ilumán. Otavalo complementó las visiones, el taller de costura de su madre María Paulina Buitrón, la in ter cultura lid ad, el paisaje en extremo andino.
La grafía de chilguacanes y duraznos, así las torceduras de las casas campesinas, adiestraron la mano de la pequeña que dibujaba las tramas de las tejas y la lisura de la niebla. Convocó siempre a la alma niña de Katya, la casita blanca de Ilumán, propiedad de su abuela Zoila Encalada, a la que tantas veces volvió con el carboncillo y la acuarela. Es parte de la colección de la ahora pintora Katya Buitrón, una estimable obra con los primeros trazos y la acuarela formal apresada en Peguche, Agato, Monserrate, andanzas convividas con su viajante bicicleta.
En la adolescencia de Katya crecen los relatos de su abuelo que negociaba en Quito gallinas y mantecas, era para abrir los ojos, oírle sus visitas al Teatro Sucre para mirar comedias y sainetes y los enteramientos de la política.
Adolescencia dura de la aspirante a artista plástica, su introversión, carencias, mermas familiares a la decisión de estudiar artes. Conflictos y apremios apuran su maduramiento. Asiste al Daniel Reyes, se hace fácil los primeros ingresos en el taller de publicidad del otavaleño Efrén Donoso. Acabado el aprendizaje en el Reyes y especializándose en pintura, se queda dos años para nutrir el grabado.
El estudio en la U. Central en la escuela de artes, cimenta la Historia del Arte, solidifica el academicismo. Se suma a la labranza de Vicente Gonzales, Emma Montesdeoca y Edgar Reascos de San Antonio de Ibarra, las maestrías de Celso Rojas, Rodrigo Cuvi, José Cela, Mauricio Bueno, Nicolás Svistoonoff.
La otavaleña Katya Buitrón no escapa a la rudeza de las técnicas del aprendizaje, de las primeras exposiciones, firmezas y desmoramientos. Afina conceptuosidades y definiciones el surrealismo de Dalí. Ha tratado el realismo, el muralismo, para alojar su creación en el figurativismo. Con numerosas exposiciones, caminares por el país, envíos de cuadros al exterior, escarnecen en la inteligencia de Buitrón, la fotolitografía, linografías, aguafuerte, tintas aguas, óleos, y los personajes salidos de las pesadillas del inconsciente para darles ciudadanía de humanos.