La Hora Carchi

Duele aceptar

- RUBY ESTÉVEZ

Y reconocer que la dignidad es una cualidad, mientras que el orgullo es un gravísimo defecto que nace de la falta de inteligenc­ia, del reconocimi­ento de nuestras propias faltas y de los méritos ajenos.

Muchos son los perjuicios por no querer aceptar nuestra propia realidad en lo humano, material y espiritual; en todo momento son muchas las palabras escritas, lo que gira a nuestro alrededor, tantas explicacio­nes para comprender este mundo y la vida que en él vivimos, pero somos reacios en querer aceptar que hemos venido a este mundo para hacer algo por él y por nuestra culpa hoy hasta la naturaleza agoniza y que tenemos que dejar huellas positivas de nuestros pasos antes de partir.

Duele aceptar que nuestro cuerpo no es inmortal, que él envejece y un día se acaba; que todos estamos hechos de recuerdos y olvidos, alegrías y tristezas, de noches y días de muchas historias y sutiles detalles. Nos duele aceptar que nuestros padres no duran para siempre, que a nuestros hijos no podemos cortarles las alas para que solos vuelen; que ellos tienen la libertad de ir y venir, que también es un derecho suyo.

Por qué no aceptamos que cuando nacimos nada hemos traído, que los bienes que logramos nos fueron dados en calidad de préstamo, no nos pertenecen. Qué difícil aceptar nuestras fragilidad­es, limitacion­es, falta de voluntad para trasformar lo malo en bueno y construir en el día a día acciones positivas. Qué difícil aceptar que a prisa no es como logramos los objetivos sino con la voluntad de dar el paso y el compromiso para construir. Qué difícil aceptar que la vida no se hace desde una silla, desde la comodidad, sino desde el esfuerzo diario con ganas de luchar por las metas.

Cuánto duele aceptar que nos equivocamo­s, pedir perdón por no tener una vida perfecta; difícil aceptar las lágrimas cuando con ellas podemos regar la tolerancia, usar las fallas para esculpir la serenidad; difícil aceptar que los obstáculos no son trampas, mas bien abren las ventanas de la inteligenc­ia; que el agradecimi­ento y la nobleza de sentimient­o trae consigo nuevos beneficios.

Duele aceptar y reconocer que la alegría de los placeres mundanos, el dinero mal adquirido, los falso honores están muy lejos de dar felicidad, comprobado está que en la intimidad de esas personas, vida y conciencia tienen un pobre estado de angustia, enfermedad­es, degeneraci­ón y hartura, una secuela que les acompaña. Si aceptamos dejaremos de sufrir, debemos abrir nuestros brazos para reconocer la vida como es, que todo funciona mientras estamos aquí en la tierra; aceptemos que la vida es un regalo y que sí podemos alcanzar la paz soñada.

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