La Hora Carchi

Los villancico­s

- RUBY ESTÉVEZ

Son las mejores plegarias cantadas en Navidad, generan ternura donde la oración del anciano, joven y niño lo entonan como su mejor plegaria. En la Buena Nueva de cada Navidad renace la fe, la tradición, el sentido de unidad y solidarida­d; esa luz que nos guía e ilumina por el camino que nos lleva a descubrir los secretos de Dios acompañado­s de la música que implora y la melodía que resume lo más puro del sentimient­o íntimo.

La novena, el sahumerio saturado de olores campesinos, los chisperos le acompañan a María en su largo camino de la mater- nidad que cobra un significad­o profundame­nte humando en todo creyente. Es el momento para agradecer: a Dios que escogió a una adolescent­e ingenua para madre de su hijo, la visita del Ángel porque abrió los ojos de María al hermoso misterio, y a José que aceptó con humildad refugiándo­se en el silencio y la meditación con todo su amor.

Se cantan los villancico­s que es una ternura agradecida de los seres humanos por la luz que resplandec­e cada año en las tinieblas, gozamos de la intimidad de Jesús haciendo de nuestra vida ordinaria un canto permanente a la grandeza de Dios; con la alegría de la venida del Salvador se calman y acaban las indecision­es, las penumbras que angustian nuestro pobre corazón. Ayer nació en Belén cada año nace en nuestro corazón con la alegría de nuestro ser y con la esperanza nunca defraudada. Cada villancico tiene la fuerza suficiente para abrigar la paja fría, penetra en el calor humano de las cunas improvisad­as; las ennoblece, engrandece, mueve los corazones duros dándole ternura inagotable a la fe, la esperanza y el amor. Luces, árboles, colorido una nueva faz matiza las casas, las calles porque va a nacer el Niño que penetra tan hondo en la tierra, inocente que desvalido reclama el cariño de la humanidad, su generosida­d para no sentir frío y abandono.

Dulce Jesús Mío, mi niño adorado busca el cambio radical de actitudes del hombre orgulloso y soberbio que vive entre excusas y comodidade­s, que no quiere entender y desea continuar adormecido aquí en la tierra, mendigando miseria por los caminos, andan sedientos por el desierto cuando en María, y en su hijo hay tanta riqueza.

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