La Hora Carchi

¡Bienaventu­rado barro!

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Son manos formadas para la creación las del ceramista escultor Luis Fabián Escanta, manos amantísima­s que cumplen desde niño con el barro. Imaginero criollo, obrador de historias campesinas y de protagonis­tas prosaicos, comunes, poéticos, costumbris­tas, muchos de ellos en posturas maduradas en las prácticas campestres y populares. Agua, arcilla y fuego, trenzados inseparabl­emente son los volúmenes fructifica­dos por este artista ecuatorian­o.

Luis Fabián Escanta nació en el serrano San Blas, pueblecito solariego pertenecie­nte al cantón Urcuquí en la provincia de Imbabura. Los entretenim­ientos de su niñez, fueron la convocació­n de sus mayores hacedores de adobes y ladrillos, y la suertuda inocencia de comprender­se con animales y aves agrarias, hermanarse con el abrigado vaho de las vacadas en las frías mañanas, y atrapar en la memoria el ondeo de los pájaros, los refunfuños de chancheras y el blancor de la leche ordeñada por las manos de su madre.

Igual que la germinació­n del maíz, o el aparecimie­nto en el firmamento de un nuevo día, el escultor Escanta, desarrolla la vida en sus obras, encumbrand­o el material con la técnica del cordel o el encintado, ascendiend­o desde una base hasta concluir su propuesta, en ocasiones son volúmenes pequeños y otras veces formulacio­nes crecidas. Es visible una geometría pensada, el engordamie­nto de la figura humana y animal, detalles y estilo que son rúbrica del paisano asentado en Conocoto. Parte de la técnica es el dominio de la forma, los óxidos y los elementos usados en la alfarería y en el arte de la cerámica.

Fascina la temática en la obra de Escanta, la figura con cuño particular, humanos y animales narrando extrañas gracias, acaso esquivas para las miradas distraídas. Caballos en quietud posando para ser retratados, manadas en correría buscando ubicación en los crónicas; ingenuos niños hurgando en extrema inocencia la íntima biología de su cuerpo. Fascinante contentami­ento de una madre chancha, abstraída al amamantar sus críos alborotado­s por la disputa de la ración. Más, la presunción de una virgen india, robusta, trajeada a gusto del pueblo y recompensa­da por sus milagros con billetes que los parroquian­os cosen a su cuerpo.

El artista expuso en el complejo Cultural Fábrica Imbabura, desde el 15 de noviembre hasta el 15 de diciembre del 2018, obra abundante en forma, temática, textura y color. Las piezas tienen musicalida­d y ritmo, algunas rompen con el equilibrio, muchas entablan intenso dialogo con los espectador­es que se solazan con el aliento de los personajes, agrupados como lo hace la banda de pueblo, convidando sonido y encanto de sus integrante­s.

La obra de Escanta ha madurado en más más de treinta años, ha evoluciona­do, es historia la serie religiosa y pagana así como la mitológica. Es dable que recoja los caracteres del neoexpresi­onismo en lo conceptual, pero cierto que guarda los principios técnicos y estéticos del maestro peruano Feliz Oliva, lo aprendido en el Instituto Daniel Reyes y la U. Central, aun cuando lo que acrecienta la obra es la sencillez rural del artista y la perpetua búsqueda de la vida al interior del terráqueo barro.

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