El valor
De la palabra hoy, en medio del naufragio de los valores. Antes cuidábamos el peso de la palabra para que tenga fuerza la expresión; porque es el lazo que une voluntades y forma un nudo estrecho de la amistad; ya no se miden las palabras, que son el conducto de las ideas hoy; ruines, ineptos y perversos lanzan las palabras como ráfagas de fuego, insultando al mundo con su incapacidad y la perversidad triunfantes.
Todo ser humano es como es por su “espíritu”, que es sabia y sustento de los buenos pensamientos dichos con palabras; para lograr, el hombre debe organizar su cerebro, crear ideas y conjugar con los valores, principios y con la ética, porque las palabras son necesarias e importantes en nuestro diario vivir. Hoy da pena porque lo que se dice queda como meras palabras que ocultan caretas de mentiras, detrás del cual se esconden rostros implacables, deformes, armados con una ametralladora para atacar.
Hoy más que nunca nuestro país rechaza las promesas vacías, demagógicas de caudillos ensoberbecidos y voraces que no tienen sustento para servir, ellos no han comprendido la acción a la que estaban llamados. Este país en todo el curso de su historia política ha sido el de discursos con palabras retumbantes de promesas absurdas, mientras más énfasis han puesto más fácil para engañar y seducir al pueblo que después del triunfo quedan arrumados, olvidadas las promesas solo se da paso al egoísmo, a las ambiciones, a la corrupción, aplicar sistemas de cohecho, de engaño con todos los móviles de la política de explotación, inmoralidad que han tornado en veneno la sangre de los ecuatorianos, los traidores de la Patria.
Inmensa es la importancia y función de la palabra, mientras se cumplen las ofertas y promesas sentimos íntimamente la solidaridad que debe reinar entre los seres humanos. Cumplir con la palabra no solo es un deber de justicia, también lo es de educación, su incumplimiento nos lleva a buscar argucias y dilaciones, y se torna así embustero y mentiroso, preferible tener el valor para decir “no”.
Faltar a la palabra es matar el honor, todo hombre valiente es hombre de palabra, en él podemos confiar; las personas probas en sus palabras adquieren pronto firme reputación de honradez que facilita la consideración y el respeto donde quiera que nos encontremos porque conseguimos crédito, que sin éste ningún trabajo es fructífero.
Todos estamos ligados a la palabra; por ella quedamos deudores de una obra, hecho o un favor, no cumplir es una injusticia que revela un atropello, sea esta palabra hablada o escrita, no es digna de todo aprecio, respeto y consideración.