Guerra a los excrementos
Es común el caminar por nuestras calles y aceras, incluyendo espacios peatonales y aún áreas verdes de los parques esquivando, como equilibristas, excrementos de canes llamados “callejeros”, para diferenciarlos de los propiamente domésticos, a los que se los llama mascotas.
No solamente hay que avistar perfectamente los desniveles, las oquedades, rajaduras, rampas, grietas, materiales para construcción o desalojo, cáscaras de variadas frutas, motos, bicicletas, artesanos con motores y piezas mecánicas, muebles en proceso de tapicería, tablones ansiosos por las caricias de los rayos del sol, jovencitos en patinetas, y hasta despistados peatones sorteando mendigos o vagos con naipe mugriento matando las horas de desocupación, con el fin de no caer en un suave bulto o en uno más reseco, que nos dejan dichos animalitos como regalo diario y permanente, y cuyas evidencias quedan barnizando los pisos como resbaladera natural.
El cuadro a veces es dantesco. Basta caminar unas 10 cuadras para aseverar semejantes grafitis de piso, para culparlo al alcalde de turno. Ahora los animales callejeros realizan todo su ciclo biológico, incluido apareamiento y reproducción, en plena vía pública. Pero nada los diferencia de los llamados mascotas, cuyos propietarios los sacan con horario a las propias calles, aceras, y parques del Centro Histórico para que evacúen plácidamente sus excrementos.
Este drama infelizmente es un mal de todos nuestros pueblos, el mismo que tiene como muro de lamentaciones a las propias autoridades que, en verdad, también se vuelven cómplices del proceso. Pero nadie advierte que es el propio ciudadano, la familia, la sociedad, quienes por falta de hábitos, información y de procesos culturales, mantienen a su ciudad como un real y clásico estercolero, basura incluida, configurando un cuadro de realismo mágico que advierte y enrostra a una sociedad que necesita procesos de culturización desde el hogar, los centros educativos, y un Cabildo que asuma lo señalado como un eje de advertencia para emprender en una cruzada para mostrar un nuevo rostro de ciudad, a nuestra propia vista y ante los ojos de los visitantes. Y por elemental higiene pública.