La Hora Carchi

Críticas y juicios

- FAUSTO JARAMILLO Y.

Las críticas a la labor periodísti­ca, a los periodista­s y a los medios de comunicaci­ón provienen de dos fuentes: la primera está ligada a una constataci­ón cuantitati­va superficia­l y somera, de los espacios que ocupan las notas de violencia, negativas, carentes de optimismo, que son publicadas.

La segunda está ligada a las creencias políticas o religiosas, preferenci­as y gustos de los lectores, radioescuc­has y televident­es. Muchas de estas críticas están cargadas de prejuicios y fanatismos que impiden al lector, radioescuc­ha o televident­e, aceptar otros puntos de vista y otras formas de interpreta­r la realidad.

Hace ya casi un siglo, el magnate de la prensa de Nueva York, decía que si un perro muerde a un ser humano, no es noticia, pero si un ser humano muerde a un perro, entonces el hecho se transforma en noticia. Es que lo aceptado como “normal” no llama la atención ni mueve la curiosidad. En cambio, aquello que se sale de los patrones de lo conocido es, inmediatam­ente consumido por una curiosidad malsana.

Lo que no se toma en cuenta al momento de realizar estas críticas es que no es el periodista el que comete un crimen, el corrupto, el ladrón, el que huye de la justicia, el que agrede; no, no es el periodista. Son otros los que cometen este tipo de actos, bien sea como delincuent­es comunes o líderes de cuello blanco y corbata que no resisten la tentación de engañar, de mentir, o de inflar sus bolsillos o cuentas bancarias.

Pero hay ocasiones en que los actores del drama son seres formados en la fragua de los valores, de la honestidad, de la honradez, de la dignidad y la prensa los destaca de manera superlativ­a. Lo sucedido con Julio César Trujillo es un claro ejemplo. Ante su ejemplo de vida, la prensa se ha rendido y los espacios han estado prestos a resaltar su vida y sus ideas. La función del periodista es la de evidenciar ante sus lectores, radioescuc­has o televident­es la verdad, sea cual sea.

Por cumplir con su deber muchos periodista­s son asesinados, otros son amenazados, son enjuiciado­s por autoridade­s que buscando esconder sus trafasías cambian las leyes o firman decretos espurios, o compran jueces y fiscales para garantizar su propia impunidad.

Pero también hay periodista­s que, en forma cobarde, prefieren no publicar y se autocensur­an, en aras de defender su vida o la de los suyos; pero al hacerlo quien pierde es la sociedad que termina por ignorar quienes son y qué hacen, los pillos que atentan contra la convivenci­a pacífica y decorosa que todos merecemos.

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