Testamento de Trujillo
Julio César Trujillo dejó de ser un nombre y es ya un símbolo, que, en esta hora de podredumbre, en la que un fétido olor de corrupción nos invade, en que el Ecuador moral se derrumba, representa el renacimiento de los valores fundamentales de respeto a la ley, a la libertad, a la honradez. Ha terminado su existencia física, pero nos deja el legado de los principios por los cuales luchó hasta el final de su vida, y que nos obliga a seguir el ejemplo de este hombre símbolo. Lo hecho para ofenderlo por unos cuantos asalariados quizás solo fue el medio del que se valió el destino para que su pensamiento se proyecte y consolide en el tiempo. Durante sus primeros ochenta años, Julio César Trujillo fue un maestro admirado, un brillante legislador constituyente, un hombre probo. Él mismo nos dice, en una entrevista de hace pocos días, que “nunca creyó en los revolucionarios porque pecan de auténticos y se van a los extremos, al estalinismo”. En los inicios de su carrera política fue conservador, luego fundó una línea más avanzada del pensamiento cristiano, la Democracia Popular, cuyo origen era la Democracia Cristiana. Fue partidario ferviente de la justicia social; abogado de los trabajadores, de los sindicatos. No tuvo éxito en su candidatura presidencial; la vida le reservaba para un más alto destino: el de la recuperación institucional y moral del Ecuador. Eso hizo como presidente del Consejo de Participación Ciudadana transitorio; pero su obra está inconclusa, tal vez siempre lo estará, porque esos trabajos se construyen permanentemente, día a día, las instituciones se edifican colocando ladrillos uno encima del otro. Él creía innecesaria la existencia del Consejo de Participación y, a sus años, se aprestaba a salir a recoger firmas para la convocatoria de una consulta popular que eliminara este organismo innecesario; nos dice que el presidente Moreno les ofreció tres veces realizar la consulta popular sobre este asunto, pero después desistió. Algo ha dicho el presidente últimamente sobre la posibilidad de realizar esta consulta; si lo hace, la ciudadanía estará satisfecha, si no lo hace, recogeremos firmas. De una u otra manera, esta será la Consulta Trujillo. El Gobierno ha decretado funerales de Estado para Trujillo; pero, si realmente quiere honrarlo, debería convocar a la consulta popular por la que él luchaba; el organismo es el nefasto, y los votos que recibieron los candidatos fueron pobres, inferiores a los del voto nulo que varios ciudadanos propugnamos. Asimismo, el Gobierno puede honrar a este hombre símbolo con una genuina lucha contra la corrupción; no nos satisface a muchos ecuatorianos esta comisión internacional organizada por la Presidencia, que trabaja en la Presidencia, con funcionarios de la Presidencia. Una comisión internacional tiene que ser como la que las Naciones Unidas organizó en Guatemala: independiente. Tampoco satisface que entre los colaboradores directos del Gobierno estén representantes de empresas contratistas del Estado, ni que estén a cargo de las concesiones –ventas en realidad– de los bienes del Estado, los que ayer se presentaron como compradores. Honremos el testamento de este hombre símbolo: consulta popular y transparencia auténtica.(O)