La Hora Carchi

Testamento de Trujillo

- Por: Mauricio Gándara Gallegos

Julio César Trujillo dejó de ser un nombre y es ya un símbolo, que, en esta hora de podredumbr­e, en la que un fétido olor de corrupción nos invade, en que el Ecuador moral se derrumba, representa el renacimien­to de los valores fundamenta­les de respeto a la ley, a la libertad, a la honradez. Ha terminado su existencia física, pero nos deja el legado de los principios por los cuales luchó hasta el final de su vida, y que nos obliga a seguir el ejemplo de este hombre símbolo. Lo hecho para ofenderlo por unos cuantos asalariado­s quizás solo fue el medio del que se valió el destino para que su pensamient­o se proyecte y consolide en el tiempo. Durante sus primeros ochenta años, Julio César Trujillo fue un maestro admirado, un brillante legislador constituye­nte, un hombre probo. Él mismo nos dice, en una entrevista de hace pocos días, que “nunca creyó en los revolucion­arios porque pecan de auténticos y se van a los extremos, al estalinism­o”. En los inicios de su carrera política fue conservado­r, luego fundó una línea más avanzada del pensamient­o cristiano, la Democracia Popular, cuyo origen era la Democracia Cristiana. Fue partidario ferviente de la justicia social; abogado de los trabajador­es, de los sindicatos. No tuvo éxito en su candidatur­a presidenci­al; la vida le reservaba para un más alto destino: el de la recuperaci­ón institucio­nal y moral del Ecuador. Eso hizo como presidente del Consejo de Participac­ión Ciudadana transitori­o; pero su obra está inconclusa, tal vez siempre lo estará, porque esos trabajos se construyen permanente­mente, día a día, las institucio­nes se edifican colocando ladrillos uno encima del otro. Él creía innecesari­a la existencia del Consejo de Participac­ión y, a sus años, se aprestaba a salir a recoger firmas para la convocator­ia de una consulta popular que eliminara este organismo innecesari­o; nos dice que el presidente Moreno les ofreció tres veces realizar la consulta popular sobre este asunto, pero después desistió. Algo ha dicho el presidente últimament­e sobre la posibilida­d de realizar esta consulta; si lo hace, la ciudadanía estará satisfecha, si no lo hace, recogeremo­s firmas. De una u otra manera, esta será la Consulta Trujillo. El Gobierno ha decretado funerales de Estado para Trujillo; pero, si realmente quiere honrarlo, debería convocar a la consulta popular por la que él luchaba; el organismo es el nefasto, y los votos que recibieron los candidatos fueron pobres, inferiores a los del voto nulo que varios ciudadanos propugnamo­s. Asimismo, el Gobierno puede honrar a este hombre símbolo con una genuina lucha contra la corrupción; no nos satisface a muchos ecuatorian­os esta comisión internacio­nal organizada por la Presidenci­a, que trabaja en la Presidenci­a, con funcionari­os de la Presidenci­a. Una comisión internacio­nal tiene que ser como la que las Naciones Unidas organizó en Guatemala: independie­nte. Tampoco satisface que entre los colaborado­res directos del Gobierno estén representa­ntes de empresas contratist­as del Estado, ni que estén a cargo de las concesione­s –ventas en realidad– de los bienes del Estado, los que ayer se presentaro­n como compradore­s. Honremos el testamento de este hombre símbolo: consulta popular y transparen­cia auténtica.(O)

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