Los (a)normales
El filtro a través del que calificamos a las personas o circunstancias, es la normalidad. Lo normal se define como lo natural, lo común, lo apegado a la regla general; más es uno de los conceptos más conflictivos de entender, para intentarlo es necesario someterlo a lo cotidiano. En nuestra sociedad es habitual definir que una persona es normal cuando físicamente se encuentra sana y sus medidas son promedio, se encuentra casada, tiene hijas/os, cursó una carrera universitaria, tiene trabajo estable, bebe socialmente, tiene una casa, un vehículo, una religión, etc.
Ahora bien, en qué categoría se encuentran las personas que padecen de una enfermedad o, para el estereotipo son muy gordas, flacas, altas o pequeñas o, las que tienen alguna discapacidad, las mayores de 30 años que son solteras, divorciadas o viven en convivencia, las que no tienen hijas/os, las que no concluyeron la escuela, el colegio o no fueron a la universidad, las desempleadas o con ingresos variables, las que no beben licor, las que no poseen una casa, viven con sus familiares o arriendan, las que no tienen un vehículo y viajan en bus, moto, bicicleta o mejor caminan, las que no tienen una religión ortodoxa o no tienen ninguna.
En un imaginario “normalómetro”, consciente o inconscientemente, las identificamos como “anormales”, porque son raras, porque no satisfacen nuestras expectativas, nuestra idea de lo “bonito” o, porque decidieron ser ellas/os mismas/os y construir sus propias reglas. A todas ellas deberíamos conocerlas y comprenderlas, a varias de ellas apoyarlas y, a la gran mayoría admirarlas, ya que su anormalidad radica en lo extraordinario. ¿En cuántas categorías se encuentra usted? Las grandes ideas surgen en lo crítico, diverso, propositivo; siendo así, deberíamos ser un poco más anormales.