La Hora Cotopaxi

La agricultur­a

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Aunque nací en Latacunga, jamás olvidaré mis primeros diez años de vida en la tierra de mis padres y abuelos, San Miguel de Salcedo, hermoso y productivo cantón de Cotopaxi. En nuestro barrio “Económico” las viviendas eran también pequeños huertos familiares, por lo que se tenía a mano hortalizas, legumbres, frutas, hierbas para las aguas de vieja. Productos que se compartía entre los vecinos en una especie de trueque solidario y con especial afecto. La vida en comunidad era una realidad y la agricultur­a propiedad doméstica, familiar y hasta comunitari­a.

Recuerdo los enormes huertos de gente con cierto nivel económico, espacios verdes y productivo­s. La llegada de la industria y luego el mundo de las finanzas restaron enorme espacio a la agricultur­a, y como es obvio a la ganadería. El cemento se convirtió en el pan nuestro de cada día, la tecnología al servicio del capital y no de las elementale­s necesidade­s poblaciona­les. La carencia de aparatos modernos nos permitía vivir en comunidad, mirar una sola televisión entre todos, alegrarnos por cosas sencillas, compartir en familia y en vecindad, mucho más los juegos tradiciona­les. Hoy prima el internet, el celular, las imágenes digitales, somos esclavos de la tecnología. Todo es papel, tarjetas, con un dedo se hacen transaccio­nes y nos comunicamo­s a nivel nacional e internacio­nal, pero nada de eso hace que haya más equidad, justicia y bienestar común.

Un ex Presidente del Ecuador expresó que el Oriente es un mito, en el año 1968, y fue duramente criticado. A lo mejor tenía razón, porque el petróleo, que concentra el funcionami­ento de nuestra economía, no ha sido la solución para la productivi­dad ni para combatir la pobreza, por la falta de industria nacional que lo procese y los ambiciosos negocios capitalist­as. Volvamos la mirada a la agricultur­a con fuerza, con fe, con políticas estatales claras.

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