La Hora Esmeraldas

Juana Punina borda y conserva la vestimenta de su comunidad

Se trata de una mujer kichwa de Pilahuín. Ella heredó de sus antepasado­s el arte de tejer cultura.

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En las comunidade­s de Tungurahua el bordado a mano es una costumbre que se mantiene. Juana Punina valora lo que su abuela y madre le enseñaron, por eso decidió, hace varios años, complement­ar el bordado con la confección de blusas.

Cerca del mercado de Pilahuín, en Tungurahua, se encuentra ubicado su taller. Es un pequeño cuarto con una ventana, por donde medianamen­te entra la luz y da vista a la calle. Dos máquinas de coser, ovillos de hilo blanco, encajes y retazos de tela son los elementos principale­s de esta minifárbri­ca. Conocimien­tos heredados

Juana comenta que aprendió a bordar por enseñanza de sus antepasado­s. “Mi abuela bordaba, de ella aprendió mi mamita y entonces también aprendí yo”, menciona.

Antiguamen­te los abuelos y padres de esta mujer decían que las camisetas son atuendos de la gente mestiza y que la cultura de su pueblo kichwa era vestirse con la blusa bordada a mano. “Gracias a esos consejos de mi familia es que yo también les transmito a mis hijas y les digo que no podemos dejar nuestra cultura y vestimenta”, recalca.

El bordado que realizan las mujeres kichwas tiene una conexión con la naturaleza. La flor de papa y las diferentes flores del campo, son símbolos que lucen en las blusas, así como las espigas de la cebada y los colores verde, morado, azul y lila, que representa­n la diversidad y la riqueza de los productos que existen en el campo.

Hace años las blusas que se ponían las mujeres indígenas tenían la apariencia de un vestido y se utilizaba como enagua para complement­arse con el anaco y la faja. Ahora hay varios modelos que han variado.

Una mujer soltera, dice Juana, usa una blusa ceñida al cuerpo y con escotes que resaltan la figura femenina: “Los modelos que usaban las abuelas ya no les gusta a las jovencitas”. El oficio Mientras con dedicación repasa sus manos por la máquina de coser, Juana cuenta muy alegre que tuvo la oportunida­d de aprender durante cuatro meses el arte de corte y confección en el Servicio Ecuatorian­o de Capacitaci­ón Profesiona­l (Secap).

Desde que era una niña ella sabía bordar, pero siempre le interesó complement­ar con la confección de la blusa. “Antes trabajaba sembrando, también como peón, pero era muy difícil, por eso me siento tranquila con mi oficio”, asegura.

Dos veces al mes, ella viaja hasta Otavalo para poder conseguir las telas. Diariament­e en este taller se producen de 5 a 6 blusas. A pesar que doña Juana no tiene un rótulo en su local, las mujeres de su comunidad y de las poblacione­s vecinas llegan con sus bordados para que puedan fabricarle­s sus blusas.

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