DON QUIJOTE DE LA MANCHA – SEGUNDA PARTE
CAPÍTULOS LX, LXI, LXII
Empecemos con el patético comentario de Unamuno: “Ya estás, mi señor Don Quijote, de hazmerreír de una ciudad y de juguete de sus muchachos” Pobre Don Quijote, qué mala estrella lo guio a hospedarse en la casa de aquel ladino llamado Don Antonio, que busca divertirse y divertir a sus amigos ridiculizando
a su huésped. “Lo primero que hizo fue hacer desarmar a don Quijote y sacarle a vistas con aquel su estrecho y acamuzado a un balcón que salía a una calle de las más principales de la ciudad, a vista de las gentes y de los muchachos, que como a mona le miraban”. Y como si no hubiera tenido suficiente, después de la burla del balcón vino otra y otra más. Ahora la idea era conseguir que el caballero haga una exhibición de sí mismo. Entonces Don Antonio lo invita a dar una vuelta por la ciudad en el caluroso mes de junio y, claro, el infeliz había sido vestido con ropa de abrigo que lo sofocaba; además cocieron en su espalda un cartel que decía: “este es Don Quijote de la Mancha”, a lo que el ingenuo hidalgo pensó que si tanta gente lo saludaba y sabía su nombre, se debía a que él era famoso por sus aventuras. La broma de buen gusto, el humor fino, el reírse de uno mismo, o bromear con los demás es una expresión de la inteligencia humana. Sin embargo, cuando pasa la línea del respeto, como en este caso, se transforma en agresión, que se camufla bajo los seductores ropajes del humor para buscar la aceptación social, dejando al descubierto carencias, ignorancia, ausencia de principios y el respeto que se debe a las personas.
Terminemos de acuerdo otra vez con Unamuno
cuando dice: “¡pobre Don Quijote! La burla no necesita la menor inteligencia. Es hija de la pobreza de espíritu”.