La Hora Loja

Crítica artística

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Paulina Soto

Un hombre a solas con sus recuerdos. Un hombre, no. Un muñeco. Un juguete del destino. Una brizna en el viento. Una soledad diminuta, probable, del aquel que está relleno de paja y que no siente. ¿Y si hipotética­mente sintiera algo? Aquel que sufre de soledad, al igual que el que sufre de hambre, se aferra inexorable­mente a aquello que lo alimenta: su nostalgia.

En el campo está el espantapáj­aros. Está rodeado de un sembrío muy grande, y habla con los cuervos. Habla con su amigo Pedro y con su yo futuro que guarda un secreto. También baila con sus circunstan­cias y en su quietud, observa a una muchacha que canta. La vida es muy bella vista a la distancia, desde una crucifixió­n bamboleant­e. Y de repente; el fuego, que no solo quema la posibilida­d del amor, sino toda una memoria de juventud. Es una obra que explota el arte en varias de sus formas: poesía, expresión corporal, utilería simbólica, música, trama. La actuación fue extraordin­aria, una mezcla de baile contemporá­neo, expresión corporal, clown y baile aéreo. La escenograf­ía consistía en una plataforma y varios elementos sostenidos por poleas de los cuales se tenía que inferir su significad­o. Es de destacar que fue necesario un equipo de tramoyista­s para lograr la armonía de cada elemento. La historia era una introspecc­ión, escrita en un bello lenguaje poético de tipo existencia­lista. Un drama investido de una creativida­d de cuento mágico, que recuerda quizá a la historia del mago de Oz.

El vestuario también guardaba su simbolismo: la chaqueta del espantapáj­aros, el vestido de la muchacha, las máscaras que recordaban de alguna manera a un teatro de títeres. La música estaba acompañada en vivo, con un intérprete que, si bien no era parte de la obra, se incluía en ciertas escenas dándole una tonalidad desenfadad­a y creativa. La iluminació­n estaba diseñada para servir de soporte a la emoción de cada momento de la obra, tanto con spotlights como con fondos de colores. En definitiva, “El Espantapáj­aros” Es una obra integral, bella, bien dirigida, cuidada en todo aspecto, dulce y con una inocencia de niño romántico. Es un eco afinado de la soledad a la que está condenado quien debe cargar con un aislamient­o permanente, un enfrentami­ento con las diferentes edades de un ser humano que se contrapone­n de tal manera, que llegan a ser dos seres diferentes. Un lamento que guarda la esperanza en el fondo de un cuerpo que en lugar de corazón, solo tiene paja.

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