Irán de los Ayatolás
Uno de los grandes logros de la civilización es el surgimiento de naciones que han separado la religión del derecho, en las que la Iglesia brinda alimento espiritual a quien lo necesita y el Estado y sus instituciones se encargan de hacer respetar la Constitución y las normas jurídicas para la creación de las condiciones económicas, sociales, culturales, y políticas que permitan a los ciudadanos una vida digna, el desarrollo de sus capacidades y su superación personal. Sin embargo, esto aún no sucede en varias naciones y especialmente en Irán, en el que la religión se impone al derecho para dar paso a una sociedad donde el Corán es la ley suprema, y sus intérpretes, los “infalibles” clérigos de túnica y turbante, quienes hacen las veces de jueces y abogados para aplicar la jurisprudencia divina. Bajo esos antecedentes, el Gobierno Persa ha captado la atención mundial por la reciente tensión con EEUU, a causa de la muerte del General Qasem Soleimani, quien fuera victimado por orden del impulsivo presidente Trump, bajo el supuesto de que tenía planificado atacar instalaciones diplomáticas estadounidenses. Como respuesta, Irán lanzó misiles a instalaciones militares norteamericanas en Irak, derribando -por “error”- un avión comercial ucraniano con 176 inocentes a bordo. Inicialmente, el gobierno iraní afirmó que la desgracia aérea fue producto de algún desperfecto del avión, pero ante las evidencias terminó aceptando que esta se produjo por el impacto “involuntario” de uno de sus misiles.
Ante esta escalada de violencia que podría derivar en apocalípticas consecuencias para la humanidad, nace el anhelo universal de que el pueblo iraní logré reorganizarse en una democracia plena, en la que el derecho esté separado del extremismo religioso, y el pueblo norteamericano, a través de sus instituciones democráticas, controle los excesos de su mandatario. (O)
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