Un mal sueño invadió la realidad
Una voz rigurosa, emergida desde la ventana de un vehículo policial que recorrió lentamente las calles Rocafuerte y Bolívar de la ciudad de Loja, pidió con amplificadores a los escasos transeúntes que vayan a casa a resguardarse de las garras feroces de la pandemia que azota a la humanidad.
Minutos después, el sonido respetable y lastimero de las campanas de la iglesia del parque
de Santo. Domingo penetró en los oídos de los angustiados caminantes para recordarles que las plegarias religiosas están presentes en el combate que libra la especie humana contra la enfermedad.
Después, el gobierno decretó la cuarentena forzosa, conminando a la ciudadanía a no salir de sus aposentos para evitar el contagio exponencial del agresivo virus.
Los días pasaron y los medios de comunicación emitieron desgarradoras noticias anunciando el avance mortal de la dolencia en países como Italia, Alemania, Francia y España, recalcando que la infección también había llegado a tierras del Ecuador.
A partir de ese momento, los ecuatorianos supimos que la pesadilla había tocado nuestra efímera vida y que la vulnerable tranquilidad de nuestro presente
había sido guillotinada por organismos microscópicos que intentan multiplicarse para minar nuestra salud, nuestra familia y nuestro sustento.
En un primer momento, esa devastadora realidad nos sumió en el cuarto tétrico de la incertidumbre, la impotencia y el miedo, pero luego, fuimos reponiéndonos hasta tomar la decisión de enfrentar el flagelo, con uñas y dientes, hasta doblegarlo y extirparlo de nuestras vidas.
Al momento, todos seguimos en ello, concentrando nuestras esperanzas para lograrlo, en la sabiduría científica, en la solidaridad y prudencia de la humanidad y en la protección del Todopoderoso.
“Nunca sabes lo fuerte que eres, hasta que ser fuerte es la única opción que te queda”, B. Marley. Tengámoslo presente. (O)