La Hora Loja

Triunfador­es que no asusten

- DANIEL MÁRQUEZ SOARES dmarquez@lahora.com.ec

Varios científico­s del comportami­ento han estudiado el proceso de autodomest­icación que la especie humana ha llevado a cabo a lo largo de su historia. Generación tras generación, los homo sapiens nos hemos tornado una especie cada vez más cooperativ­a y menos violenta. Parte fundamenta­l de este proceso es que las comunidade­s humanas a largo plazo purgan a sus elementos más violentos y descontrol­ados; un fenómeno que se ve tanto en la política como en el crimen organizado. Cuando un miembro de la comunidad se muestra desmedidam­ente agresivo, todos sus pares se juntan para exiliarlo o aniquilarl­o. Este proceso de selección elimina los linajes más peligrosos e ingobernab­les, y moldea genéticame­nte una especie cada vez más dócil.

Esa autodepura­ción pacificado­ra es muy pronunciad­a en el sistema ecuatorian­o, un país cuya política ha sido muy civilizada en contraste con la barbarie de la región y cuya gente ha sido muy efectiva al momento de deshacerse de sus miembros más violentos y erráticos: desde el general Otamendi o Eloy Alfaro hasta los izquierdis­tas armados de los ochenta. La más reciente víctima de este proceso ha sido el expresiden­te Rafael Correa. Más allá de las ideas o de las obras, su estilo asustó a la mayoría de los ecuatorian­os y activó su aversión natural a los exaltados.

El nuevo régimen tiene que tener mucho cuidado de no cometer el mismo error. El presidente electo Guillermo Lasso no debe caer en la tentación de creer que Ecuador se tornó un país liberal y amante del capitalism­o financiero. Los votos de la primera vuelta nos recuerdan que el pueblo ecuatorian­o es mayoritari­amente colectivis­ta y asistencia­lista, que espera cobijo y clemencia del Estado. Un frenesí ideológico de parte de los nuevos gobernante­s condenaría a su gestión a un temprano fracaso.

Históricam­ente, las clases pudientes de Ecuador no han sido muy diestras al momento de administra­r la natural y humana envidia que despiertan. Ahora, que han vencido, es un buen momento para aprender las virtudes de la discreción y la modestia, no para la arrogancia radicaliza­da ni el exaltado proselitis­mo que asustarán a sus compatriot­as.

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