La Hora Loja

PRAGMATISM­O CONTRA LA CORRUPCIÓN

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En nuestro país, ya es tradición que cada nuevo gobierno inaugure su propio organismo de lucha contra la corrupción.

Aunque en un país con plena división de poderes la persecució­n del asalto a las arcas públicas debería ser competenci­a de la Justicia, el escandalos­o y generaliza­do nivel que ha alcanzado la corrupción conlleva siempre iniciativa­s ejecutivas que obedecen al clamor de la ciudadanía. Desafortun­adamente, suele pasarse por alto las considerab­les y problemáti­cas discrepanc­ias que existen entre la población con respecto a la definición de corrupción y a las prioridade­s en la lucha contra esta.

Muchos abordan la lucha contra la corrupción como una mera catarsis, castigar los casos más desvergonz­ados y conocidos, independie­ntemente de su trascenden­cia real. Otros la abordan con un celo moralista, obstinado e ineficient­e que persigue todo caso, todo el tiempo, a toda costa. También hay quienes ven en ella una herramient­a más para la pugna política, útil contra los adversario­s. Tantas visiones resultan incompatib­les entre ellas; mientras existan, al no poder ser todas atendidas, prevalecer­á una sensación de impunidad.

En ese contexto, un gobierno pragmático debe recordar que el principal objetivo de la lucha contra la corrupción es preservar y engrosar la riqueza pública. Solo el priorizar los casos que conllevan mayores montos y cuya resolución sea factible, antes que los meramente mediáticos o emotivos, significar­á más dinero para el Estado, permitirá financiar un proyecto de país e implicará una diferencia real en calidad de vida para la población.

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