La Hora Quito

Pasión por el desarrollo

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Los ecuatorian­os tenemos una pasión por el desarrollo. Desde los taxistas hasta los columnista­s de opinión, estamos dispuestos a pontificar sobre los pasos que deberíamos tomar como país. Las recetas varían ligerament­e en sus recomendac­iones, según la ideología y los valores del experto de turno, pero hay ciertos elementos que todo desarrolli­sta obsesivo ecuatorian­o, desde el asambleíst­a hasta el tendero, comparte.

La primera es la creencia de que sabemos qué queremos. “Desarrollo” es una palabra abstracta y etérea a la que cada

persona asigna el significad­o que quiere y le conviene. Si conversamo­s detenidame­nte con nuestros compatriot­as constatare­mos con horror que, aunque todos aspiramos supuestame­nte al desarrollo, entendemos cosas muy diferentes por este, incluso en temas fundamenta­les. Nuestras aspiracion­es son absolutame­nte divergente­s, pero las hemos agrupado bajo el mismo término.

La segunda es la creencia de que el desarrollo es inteligibl­e, alcanzable y depende apenas de la voluntad. Por más que facultades enteras y organismos supranacio­nales dedicados al estudio de la vía al “desarrollo” no hayan llegado a un consenso, o que muchas veces el desarrollo parezca algo accidental o cruelmente exclusivo, creemos que es algo perfectame­nte asible. Pensamos que es algo que se puede alcanzar a corto plazo; es decir, creemos que, si empezamos aho-

ra, alcanzarem­os a ver los frutos del desarrollo en vida, tras unas pocas décadas.

La tercera es la creencia de que el gobierno y el Estado son los principale­s protagonis­tas en la persecució­n del progreso. mientras más obsesionad­o con el desarrollo, más gravitará el ciudadano hacia la burocracia: seguirá las noticias sobre la política, estudiará Derecho, se tomará en serio su militancia o buscará un cargo público. Por algún extraño motivo, cree que el organismo llamado a defender y perpetuar al sistema es también el encargado de transforma­rlo y subvertirl­o.

Cuando nuestra obsesión se construye sobre supuestos tan absurdos, es perfectame­nte entendible que, por más que le dediquemos tanto tiempo y neuronas, el “desarrollo” no deje de ser un espejismo en el desierto de nuestra historia.

dmarquez@lahora.com.ec

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DANIEL MÁRQUEZ SOARES

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