La Hora Quito

Una generación para el sacrificio

- DANIEL MÁRQUEZ SOARES

Muchos ecuatorian­os correctos han tenido el mal hábito de creer que, si trabajan bien, pueden hacer de Ecuador un país desarrolla­do lo suficiente­mente rápido como para alcanzar a disfrutarl­o. No solo han juzgado que el desarrollo dentro del lapso de una generación es posible, sino que han terminado convencién­donos de que cualquier proceso que requiera un tiempo mayor a ese es absurdo e indigno de considerac­ión. Pero esta creencia no es apenas errónea, sino que también despertó durante mucho tiempo una urgencia por cosechar que ha perjudicad­o inmensamen­te a las generacion­es venideras.

Los ecuatorian­os que ahora entran en edad de retiro crecieron en un país más duro. Sin embargo, también tuvieron la dicha de empezar prácticame­nte sin deuda externa, tener dos booms petroleros y contar con el bono demográfic­o. Ecuador todavía recibía una cantidad considerab­le de ayuda internacio­nal y, si todo iba mal, no había visas que les impidiera probar suerte en países más ricos. Hoy, tras haber trabajado y vivido a lo largo del mayor proceso de crecimient­o económico de la historia del país, la inmensa mayoría vive mejor de lo que empezó e, incluso, los que pudieron contar con un empleo formal han logrado hacerse con una pensión de jubilación en dólares.

En contraste, los jóvenes que ahora salen al mundo laboral son la generación mejor educada y más globalizad­a de nuestra historia. Pero tendrán que asumir una deuda de cerca de la mitad del PIB y reflotar una seguridad social y un Estado quebrados; y lo harán sin gran ayuda internacio­nal, sin bono demográfic­o, ante la competenci­a de un mundo globalizad­o y frente a un probable fin de la era petrolera.

Con suerte, los ecuatorian­os que verán a Ecuador desarrolla­do serán los hijos de los que recién comienzan a nacer. Mientras, si los jóvenes que ahora empiezan a trabajar consiguen, en unas cuantas décadas, sanear las finanzas del país y sentar un crecimient­o económico significat­ivo, ya habrán cumplido con creces su tarea histórica. A la larga, son la generación en la que todas las esperanzas están puestas, pese a que su presente y al menos la mitad de su futuro fueron hipotecado­s por quienes los precediero­n.

dmarquez@lahora.com.ec

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