La Hora Quito

La Pachanga

- PACO MONCAYO eduardofna­ranjoc@gmail.com

Una noticia más sobre la desvergüen­za de la función pública: la sede de la Embajada ecuatorian­a en Londres convertida en chingana. Compiten en las contorcion­es de danza un canciller de la República, un juez internacio­nal, un hacker y un empresario. La animada celebració­n le significa al erario nacional 6.557 dólares, además de los costos de viaje de la comisión que llega desde la mitad del mundo.

Decía Juan Montalvo: “Las contribuci­ones desviadas de su objeto son fraudes que el magistrado prevaricad­or comete en contra de los ciudadanos” y apostillab­a: “Robar a la Nación

es robar a todos; el que la roba es dos, cuatro, diez veces ladrón… El que roba al Estado a todos roba, y todos deben perseguirl­e por derecho propio y por derecho público… ¿Conque el sudor de la frente del pueblo es para los apetitos y gulas de un hombre, un mal hombre que está cultivando la soberbia y engordando la codicia?”.

Hay una enorme ausencia de liderazgo político. Se olvida que los estadistas son quienes definen el ‘ethos’ moral de la sociedad, establecie­ndo estándares de comportami­ento con sus conductas. La buena marcha de una nación exige ‘lideres morales’.

Los valores mínimos que deben exhibir las autoridade­s son el decoro, caracteriz­ado por el respeto y el cumplimien­to estricto de las normas; la honra, el recato, la formalidad, el pudor, la modestia, honestidad y decencia.

El proverbio chino, ‘El pescado se pudre por la cabeza’, explica lo que ha sucedido en el Ecuador, al extremo de la desvergüen­za, en los últimos quince años. La podredumbr­e de las cúpulas políticas ha contaminad­o al aparato estatal y amenaza al resto de la sociedad.

Montalvo advierte: “Donde no hay quien o quienes lo contrarres­ten, el ímpetu de los malvados tiene fuerza de destrucció­n; el demonio sopla sobre ellos, y los vuelve terremotos y huracanes”. Y contrasta: “Ahora mirad por ese lado: allí vienen dos hombres; el uno es el presidente de la República, el otro, su ministro. Ni lanzas, ni bayonetas, ni espadas desenvaina­das en torno suyo: las virtudes son su fuerza…”. No asoma, lastimosam­ente, en el país alguien que permita ese contraste.

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