Circunstancias disímiles y extrañas
Recuerda el pequeño Roberto que su familia debía de escapar de casa donde su padre recolectaba licor de caña, considerado contrabando. La familia quería alejarse de la invasión peruana iniciada por el sur. Mientras, Carlos Arroyo del Río Gobernaba hasta que fue reemplazado por Velasco Ibarra.
La familia escapó de Loja hacia el norte a lomo de mula, los siete hijos y sus padres, al cantón Saraguro.
El Oriente había sido tomado desde hace mucho tiempo por un General peruano que había fundado el pueblo Iquitos. El largo pleito era desdeñado por el candidato Plaza Lasso que perdió por calificar al Oriente como un mito.
Perú aprovechó la Segunda Guerra Mundial para invadir al Ecuador. Convenía a Estados Unidos detener el conflicto, entonces obligó a la firma del ‘Protocolo de Paz, Amistad y Límites’, poniendo como garantes a Brasil, Argentina y Chile. El canciller ecuatoriano del presidente Arroyo del Río que acudió a Río de Janeiro fue Julio Tobar Donoso, luego tachado como traidor. No tuvo las agallas para oponerse y no firmar, y con eso EE.UU. se apoderó de la Isla de Baltra, en Galápagos.
La familia que nos ocupa avanzó a Saraguro, donde tribus indígenas aún eran propietarias de sus tierras, rezagos auténticos de asentamientos incas. Llegó desde el norte una tropa militar ecuatoriana. Recuerdo que el mayor Montufar se exhibía en su más elegante capa contra el frío serrano. En definitiva, el tratado con Perú se cumplió. Los militares mantuvieron sus sueldos y un equipo de futbol solo de ecuatorianos que llamaron ‘Nacional’. El Mayor se despidió con el golpe de la dictadura, sustituida por un trío de generales, que igual perderían ante Velasco Ibarra, calificado por el escritor Pablo Cuvi como “el ultimo caudillo de la oligarquía”.
Fausto Abad Zúñiga