GENIALIDADES DE DON GABRIEL
Yo creo que ustedes, mis lectores, conocen quizá mejor que yo a ese célebre señor que cuantas veces quiso fue presidente, dictador, jefe supremo, tirano y amo absoluto de este mal guisado jamón que por su figura geográfica es lo que se llamó República del Ecuador, desde que el señor Flores le arrancó ese pernil a la Gran Colombia, y se lo guisó para su uso y consumo en 1830, jamón que ya va quedando en hueso por las voraces dentelladas de los políticos del Andeaquende y los ratones del Andeallende, si les parecen a ustedes buenas estas dos palabrejas que acaban de ocurrírseme para no hablar más claro de asunto tan discutido en más de 100 años, porque los andeallendanos son los que tienen el jamón por el mango, que es por donde mejor se agarra.
Ya es hora de sacar al tablado de nuestra crónica al hasta aquí oculto personaje, Sr. Dr. Dn Gabriel García Moreno. Y esta me la van a ganar ustedes porque declaro que aquí me fallan mis facultades inductiva, deductiva, intuitiva, crítica y analítica de personajes de los pasados tiempos. Confieso que me es imposible un juicio propio para decidir: este fue el hombre. No conozco otro más discutido ni hecho más enigmático por el guirigay de las opiniones “pre mortem et post mortem sua” ni he conocido otro que más rápidamente haya pasado de personaje real a dudoso legendario, pues mientras para los beneficiados con sus actos es prócer, es mártir, es genio, apóstol, superhombre y gloria de nuestros anales, para los que fueron o se llamaron víctimas de sus pasiones, es monstruoso, es cruel, es sádico y servicioso, loco, impío, hipócrita, traidor, esquizofrénico, aborto, baldón de la historia, amalgama paradójica, una especie de jamón del diablo, en fin. Y así, mientras unos lo exaltan hasta a los altares porque de santo no queda por qué rechazarlo, otros lo ponen de perverso que no tiene el diablo por dónde desecharlo. ¿A qué me quedo, pues, si la exégesis anda como brújula turulata entre estas dos montañas? ¡Ah, la historia! Aquí me acuerdo de lo que he dicho de ella:
Cuando un tirano nos aprieta el cuello la prensa vil lo llama providente, y uno que otro periódico imprudente dice por ahí, tapándose el resuello:
Ah, no importa! ¡La historia, con su sello, el estigma pondrá sobre tu frente!
Todas ahí me las den… dirán el maldito− riendo de la infeliz jaculatoria− Para extraviar criterios y memoria, bastante en mi favor les queda escrito, y a más que no he de ver ese librito, ¡son ya tan pocos los que leen historia…!
Y como así dejó, en efecto, el señor García, enmarañada su vida política hasta que Lemus Rayo se la canceló a machetazos en Quito y agosto de 1875, en el portal del propio palacio de Gobierno, dejemos esas nebulosidades para historiadores más trágico-políticos que yo, y vamos a nuestro cuento que es una de las mil y una anécdotas que de esa polícroma existencia conserva la tradición popular, no sé si todas ciertas o muchas del fantaseador folclore.
En lo que sí están de acuerdo afectos y desafectos es en que García Moreno fue un administrador habilísimo e integérrimo, que fue muy activo y ejecutivo, como que era una especie de dueño y señor del país por el terror que impuso y las sabias y arteras fuerzas ocultas con que contaba en claustros y hogares, y en que puso las principales bases del progreso material del país; que hizo una carretera, inició un ferrocarril, trajo el telégrafo y construyó un presidio que hogaño sirve hasta para los legisladores, que es el colmo del aprovechamiento.
Y a propósito de cárcel, ya que estamos a su puerta, allí entrego la anécdota que traigo apretinada desde el principio de esta crónica.
Dice la tradición que en uno de esos sorpresivos viajes en que de la noche a la mañana don Gabriel se aparecía aquí o allá como mala visión, sin poderse nadie explicar cómo y sobre qué había viajado por caminos de herradura que empleaban ocho días, amaneció en Quito y reamaneció en Guayaquil. Y dicen (porque de decires nos venimos remendando) que cuando se le ocurría un semivuelo de estos, hacía por medio de chasquis apostar excelentes cabalgaduras de tambo en tambo; ataba a la grupa de la que salía una alforja con chocolate y pan; ponía dos pistolas en sus pistoleras, una daga a su cinto y una lanza al arzón, grueso poncho y gran sombrero, zamarros y arreo de chagra y… ¡hala! A reventar el primer caballo hasta llegar al segundo, reventar al segundo hasta llegar al tercero, y así sucesivamente, día y noche, lloviera o venteara, hubiera luna o centellas, calor o frío, y de pronto, ¡zas! O llegaba por Yaguachi o se apeaba en Bodegas, entraba por la Atarazana o por el Conchero, por el Guayas o el Salado, el demonio lo sabría, que aquí no se daban cuenta sino cuando aparecía en una oficina pública o hacía llamar a su casa a algún funcionario, y entonces corría como un