ALBERT NAHMÍAS, Marcel Proust
¡Cuántas historias nuevas aparecen relacionadas con Guayaquil! Sí, queridos lectores. Basta tener los ojos bien abiertos para descubrir insospechados resquicios que de alguna manera relacionan a nuestra ciudad con el Gran Mundo.
Leyendo, mejor dicho, releyendo A la búsqueda del tiempo perdido, de Marcel Proust (1871-1922), esta vez en la notable traducción de mi apreciado amigo Mauro Armiño (n. 1944), editada por Valdemar Clásicos, en tres tomos (2000), encontré en el “Diccionario de relaciones familiares y sociales de Marcel Proust”, la entrada de “Nahmías, Albert”. El apellido Ben Nahmías me era conocido de tiempo atrás, por constar en un ejemplar de la revista “L’aristocratie étrangère en France”, de la primera década del siglo XX.
Pues bien, Albert Ben Nahmías (18861979) era hijo de la guayaquileña Ana Segunda Ballén de Guzmán (1866-?), hija de don Clemente Ballén de Guzmán y Millán (18281893), de quien leemos en la biografía de Rodolfo Pérez Pimentel (Tomo 7): “En 1870 sufrió una fuerte decepción amorosa con Carolina García Antiche, que se le fue con Francisco Lecaro y Escartin; entonces se trasladó a Francia con su hija Anita, quien casó con un banquero años después y hubo sucesión.”. El banquero de marras era Albert Ben Nahmías (1854-1935), descendiente de una antiquísima familia judía asentada en el entonces Imperio Turco Otomano.
Albert Nahmías tenía dos hermanas: Anita y Estie. Ellos veraneaban con sus padres en el balneario de Cabourg, en la villa “Berthe”, donde los conoció Marcel Proust en 1908 y fueron muy amigos. Proust asistió en Cabourg a la boda de Anita Nahmías con Octavio Del Monte, en 1910. De Estie no he encontrado referencias, ni tampoco fotografías de los hermanos Nahmías.
En un principio, Proust le daba consejos a Albert sobre sus relaciones con una amante, pasando luego de una relación amistosa a una laboral, como agente de bolsa y como ordena- dor de un manuscrito, Temps perdu, de 1911 a 1913; pero fue “prisionero” de Proust unos meses de 1912, para pasar luego a una amistad más sosegada.
La tarea de desentrañar el galimatías de la enrevesada escritura de Proust y de corregir distracciones del autor – nombres de personajes que ha olvidado-, etc., son de tal meticulosidad, que en ocasionalmente propone dos versiones de un mismo pasaje, una vez pasado a limpio y “a claro”, para que el escritor elija. Consciente del trabajo ímprobo de Nahmías, se deshace en elogios y miramientos con su amigo: “¿Sigue usted deseando descifrar los enigmas esfíngicos de mi caligrafía? Si es así, puedo mandarle cuadernos que rebasan en oscuridad cuanto usted ha visto. Pero solo, no lo haga para darme gusto…”
El “pequeño Albert”, que se perfuma demasiado y se viste de manera rebuscada, tiene, a pesar de las amistades femeninas de Nahmías, ribetes amorosos por parte del célebre novelista, que le escribe en noviembre de 1911: “¿Por qué no puedo yo cambiar de sexo, de cara y de edad, tomar el aspecto de una joven y bonita mujer para abrazarle a usted con todo mi corazón?”.
Sin embargo, Mauro Armiño considera que Nahmías “tuvo su papel más relevante en la vida del novelista en los momentos claves de la escapada de Alfred Agostinelli (chofer casado de quien el escritor se enamoró, a quien llevó a vivir a su casa y que posteriormente escapó), y por encargo de Proust realizó gestio- nes tanto con este chofer de Proust como con la familia, para que a cambio de dinero, volviese al redil parisino: es decir, uno de los pasajes claves, la fuga, en “Albertine desaparecida.”
Mauro Armiño escribe: “De las personas que mantuvieron fuertes contactos con Proust, Nahmías fue uno de los pocos que no dejó escritos recuerdos del escritor, quien, por otra parte, parece haber tenido algunos sentimientos amorosos hacia Nahmías; eso se desprende de algunas cartas. Homosexual para unos, bisexual para otros (se casó dos veces), Nahmías no es un personaje simpático para sus contemporáneos, todo lo contrario, era más bien antipático. Preguntado en alguna ocasión si él era quien representaba el carácter de Albertine, contesto: “Éramos varios”.
La correspondencia entre Proust y Nahmías todavía no se ha realizado, sería una ardua tarea; sobre estas cartas me escribe Mauro Armiño: “…hay algunas en la “Correspondance” de Kolb, que pese a sus veinte y pico tomos – yo he podido conseguir doce o trece– es incompleta, y siguen apareciendo cartas, si no todos los meses, casi. Proust era un grafómano empedernido, tanto para la literatura como para los amigos. ¿Cómo es posible escribir tanto? ”
Lamentablemente, la temprana muerte de Proust nos desconecta con los personajes “contemporáneos” que pudimos haber conocido, como a este hijo de guayaquileña, quien murió de muy avanzada edad, a los 93 años.
EL HIJO DE UNA GUAYAQUILEÑA ESTUVO MUY CERCA DE UNO DE LOS MÁS GRANDES
ESCRITORES FRANCESES AUTOR DE “EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO”