Alberto Guerrero Martínez:
UNo hay duda de que la crisis de 1929, de alcance mundial, afectó de modo especial al sector exportador ecuatoriano, y de manera frontal al núcleo económico cacaotero. Una economía como la nuestra, dependiente en forma total del mercado externo, estaba sujeta, como no podía ser de otra manera, al funcionamiento del sistema capitalista internacional, de modo que cuando este requería ajustar las dificultades de sus finanzas, descargaba la instrumentación que le permitía recuperarse y atenuar sus crisis en las espaldas de los países periféricos. Como bien anota en relación con las repercusiones de la debacle estadounidense en las economías dependientes, el historiador Enrique Ayala Mora en su Manual de Historia del Ecuador, “la crisis de inicios de los veinte no fue pasajera. Fue el comienzo de una larga recesión que se extendió por más de dos décadas. El modelo agroexportador no podía ser sustituido, pero no se daban condiciones de crecimiento económico sostenido. Hasta los años cuarenta se mantuvo el estancamiento. Apenas las exportaciones experimentaron cierta mejoría a fines de los veinte, la crisis internacional volvió a deprimir los mercados de los productos de comercio exterior y provocó el colapso de varias instituciones financieras y numerosos negocios…”.
Los efectos del fenómeno, como se colige, se hicieron sentir también en la banca costeña, en el comercio de esta región del país y en las empresas industriales que habían surgido al amparo de la actividad exportadora y del dinámico crecimiento poblacional del puerto principal y su zona de influencia. En esas circunstancias, estos vacíos producidos por el fenómeno originado en Wall Street fueron aprovechados por los segmentos del poder económico serrano, cuyo elemento mayormente dinámico era sin duda el sistema bancario, que se había fortalecido a partir de su liderazgo y capacidad de establecer pragmáticas relaciones con los terratenientes e industriales de la región, a cuya cabeza se encontraba uno de los personajes de mayor influencia y capacidad, el gerente de la fábrica de textiles La Internacional, de la ciudad de Quito.
El panorama se definía, en consecuencia, mediante el control que los banqueros serranos ejercieron sobre el flujo monetario nacional, con la utilización del Banco Central y el incondicional soporte que significaron los terratenientes, los in- dustriales y una burocracia civil y militar a la que se sumaron agrupaciones populares que confiaban en que un remozado y modernizante gobierno podría lograr cambios y mejores condiciones de consumo y de vida.
Esta situación, sin embargo, nunca adquirió el suficiente peso como para conseguir una efectiva alteración del hasta entonces “adormilado” poder político de los sectores hegemónicos de la costa. En efecto, y como consecuencia del pasaje conocido como La guerra de los 4 días, ese latente poder político costeño re- cuperará su rol en el escenario nacional.
Expliquémonos: Ecuador atravesaba entonces por una gran crisis económica y eran incuestionables las manifestaciones de fenómenos críticos en el ámbito político. El Congreso Nacional, presidido por el guayaquileño Alberto Guerrero, descalificó al presidente electo Neptalí Bonifaz, con el justificativo de que este había nacido en el Perú y la Constitución de la República del Ecuador disponía que para ser presidente, la persona designada debía ser ecuatoriano de nacimiento. Se desató un conflicto armado en las calles de Quito, principalmente en las inmediaciones de la plaza de Santo Domingo y en la avenida 24 de Mayo. Este enfrentamiento fue de incontenible rabia entre los dos bandos, los partidarios de Bonifaz acusando a la “masonería” de oponerse a que su líder dirija los destinos del país, y los opositores (“constitucionalistas”), calificando a las fuerzas bonifacistas como enemigos del Ecuador y “properuanos”. El desenlace de este sangriento conflicto terminó con el triunfo de los “constitucionalistas”, y el poder pasó a manos del presidente del Legislativo, Alberto Guerrero Martínez, el momento en que los primeros, dirigidos por el general Ángel Isaac Chiriboga, lograron ocupar los sitios emblemáticos del poder estatal.
LA CRISIS ECONÓMICA DEL AÑO 1929 QUE EMPEZÒ EN EE.UU. Y SE EXTENDIÓ AL MUNDO, AFECTÓ EN NUESTRO PAÍS A LA COMERCIALIZACIÓN DEL CACAO, QUE ERA NUESTRA “PEPA DE ORO”
Alberto Guerrero Martínez, jurista guayaquileño, se inició en la política luego de 1912, como diputado y posteriormente como senador. Fue funcionario de la Corte Provincial de Justicia, presidente del Congreso entre 1923 y 1925, encargado del poder en los gobiernos de José Luis Tamayo y Gonzalo Córdova. En su gobierno, Guerrero Martínez nacionalizó el Ferrocarril del Sur a través de la compra de bonos y acciones de tenedores ingleses y estadounidenses. En 1930 fue presidente del Municipio de Guayaquil y como senador y presidente del Congreso Nacional asumió la Presidencia de la República. En ese cargo tuvo un positivo desempeño, actuó con inteligencia y habilidad política, armó un gabinete ministerial de primer orden. Puso especial interés en la reconstrucción del país y, en apenas tres meses que duró su ejercicio presidencial, realizó importantes acciones y tomó medidas orientadas a la reorganización política y jurídica de la República. Tuvo opositores, pero gracias a la sagacidad en el manejo de su cargo, y a su decidida y fuerte personalidad, no ca-