GUAYAQUIL antes de la luz eléctrica
Esta semana querido lector terminaré de contarte cómo se iluminaban las noches de nuestros antepasados y la manera en que irrumpió el gas como nuevo combustible para el alumbrado urbano.
l 4 de diciembre de 1853 el general José María Urbina, presidente de la República del Ecuador, autorizó a la Municipalidad de Guayaquil a contratar con el señor Julio Bourcier en París (o con cualquier otro proveedor que hiciera mejor oferta), la instalación del alumbrado de gas, en la seguridad de que el novedoso sistema perfeccionaría este servicio en el Puerto Principal.
El invento no era nuevo, pues en México se utilizaba desde 1820 gracias a un proceso especial mediante el cual se quemaba aceite para obtener hidrógeno.
La iluminación era mucho más intensa y aun cuando los vidrios de los faroles se ensuciaban más a menudo, el esfuerzo de limpiarlos se justificaba por el mejoramiento que experimentaba la calidad del servicio.
Para hacer más viable el proyecto fue liberada de impuestos la importación de todo lo necesario para el establecimiento del sistema.
Sin embargo de las facilidades prestadas, pasarían más de siete años para poder realizar las instalaciones, por lo que en 1860 se encomendó al general José de Villamil conseguir en Estados Unidos los inversionistas que estuviesen interesados en el proyecto.
En mayo de dicho año el general envió una misiva al gobierno local, dándole a conocer que la firma E. R. Sprague se había interesado en el asunto y que si no aparecían problemas de última hora, esta iniciaría los trabajos en nuestra ciudad en el mes de septiembre.
Desgraciadamente el asunto no era tan fácil, pues los trabajos de la empresa no incluían la instalación de los postes especiales requeridos para instalar el sistema.
La construcción de dichos postes con los escasos recursos que tenía el Cabildo ya era “otro cantar”, convirtiéndose la solución del problema en una misión imposible.
Sin embargo, los esfuerzos realizados por las autoridades y el irrestricto apoyo de la sociedad civil permitirían que a inicios de 1861 la empresa contratada empiece los trabajos a medida que el Ayuntamiento iba colocando los postes.
Nuevos y diferentes problemas harían su aparición con el nuevo sistema pero el que más complicaba las cosas era el de la fluctuación del costo del servicio, pues estaba condicionado a los cambios del precio del carbón, combustible que se utilizaba para la obtención del gas que los candiles quemaban.
El alto precio del servicio y el costo de los nuevos postes obligarían al Cabildo a mantener muchas vías con el viejo sistema de iluminación.
Así, solo las calles principales, entre las que se contaban les tres primeras paralelas al río, gozaban para 1863 del servicio a gas.
Muy lentamente este iría creciendo hasta que en 1865, año en el que Quito logró también adoptar el sistema, Guayaquil contaba con 208 faroles de gas, cuyo mantenimiento costaba a nuestra ciudad la bicoca de 16.000 pesos anuales (mucho dinero para aquel entonces).
El resto de Guayaquil mantenía sin embargo, el sistema antiguo alumbrado que usaba aceite de ballena.
Cuatro años después, este fue reemplazado por el kerosene, y aun cuando la decisión fue muy bien recibida (pues el olor que esta combustión generaba no era ni de cerca lo pestilente que la del aceite de ballena), el sis-
Imagen que presentaba para 1910 la fábrica de gas que abastecía de combustible a casi todo el alumbrado público de la ciudad.