EL MONTUVIO ENDIABLADO
Regresaba don Crisantemo Mejía Ugarte a su querido terruño machaleño, en la provincia de El Oro, después de haber salido despavorido con los primeros fuegos que abriera el ejército peruano el 5 julio de 1941, que dieron inicio a la invasión a suelo ecuatoriano. Miles de familias, huyendo del horror de la guerra, abandonaban sus casas y bienes, abriéndose paso para llegar a Puerto Bolívar o hasta la hacienda Tenguel, con la fe de embarcarse en alguna lancha o remolcador que los trasladara como refugiados orenses a Guayaquil.
EL SECRETO DEL COMPADRE TERENCIO
Después de pasado el conflicto y firmado el Protocolo de Río de Janeiro, el 29 de enero de 1942, era bastante duro para don Crisantemo empezar nuevamente de la nada. “Más pelao que una pepa e’ guaba” se batía entre el hambre y la necesidad. Había escuchado de personas que comenzaban a levantar fortuna, de la noche a la mañana, como por arte de magia. Esa era la situación de su compadre Terencio Fernández Aguilar, al cual el dinero nunca le faltaba. Generoso como ninguno, a libar a su compadre Crisantemo invitaba, y ya pasados de tragos, fanfarronamente hizo una confesión bien guardada: -El dinero a mí no me hace, yo hago a la plata, porque tengo pacto con “er malo”; cada vez que la necesito le doy una invocada y junto al palo de guayacán, aclarando la madrugada, me deja un saquillo lleno de monedas acuñadas. Dándole más trago a Terencio le supo sacar la información completa, de cómo realizar diabólico pacto a corto o a largo plazo, con er mentao Diablo, personaje benefactor de todo necesitado.
EL PACTO ENDEMONIADO.
Salió don Crisantemo, el miércoles al filo de la medianoche, atravesando la sabana, rumbo hasta el palo de guayacán, para hacer la satánica transacción, porque el “Señor de las tinieblas”, dispone de día y horario para atender esas peticiones. Hubo truenos, relámpagos y un fuerte alarido adentro del monte; luego apareció de regreso aquel montuvio, todo mal trecho, con los ojos desorbitados. Sus brazos los movía en círculos, semejando a dos aspas de ventiladores y echando espuma por la boca; de tanto en tanto se retorcía como culebra apaleada, vociferando palabras inentendibles. Sin demora, algunos vecinos acudieron donde el párroco Filadelfio Guzmán, informándole que Crisantemo estaba endiablado, y este acudió presuroso a darle asistencia espiritual para que no se perdiera aquella alma. Armado con la Santa Biblia y agua bendita, haciendo fuerte oración y rociando el líquido salvador, el pobre hombre se tranquilizó, pero se aferraba a los pies del clérigo e incluso trataba de cobijarse bajo su sotana y no salir de allí. Después de varios días, ya más sosegado, pudo relatar a su compadre Terencio que aquella operación de vender su alma por dinero iba bien; se habían fijado los términos legales de monto, plazos e intereses. La fatalidad llegó cuando al firmar el documento y al estampar su firma, don Satán se enfureció al leer Crisantemo, recordándole al Cristo Santo. No fue más, que desató su furia contra el pobre mortal, mandándolo al carajo. Después se supo que este montuvio endiablado se dedicó a trabajar honradamente, sembrando banano, haciendo buena fortuna y llegando a ser en la comarca el hombre
más envidiado.
AL INTENTAR FIRMAR UN PACTO DIABÓLICO, EL CAMPIRANO FUE SALVADO GRACIAS A SU ‘SANTO’ NOMBRE.