Ñan Magazine

La ruta de paisajes bordados / The patchworke­d trail (Ayora – Ibarra)

- MB

La ruta de 50 km que enlaza el Valle de Zuleta con Cayambe e Ibarra, los centros más poblados de la zona, era parte de la magnífica red de caminos empedrados que poco a poco están desapareci­endo en el norte de Ecuador. Corre paralela a la carretera Panamerica­na (¿o era parte de la primera carretera Panamerica­na?) y está siendo reemplazad­a por una vía asfaltada que, sin duda, hará más accesible este tejido de valles fértiles que conforman, en sus vértices más profundos, aquello que sus pobladores llaman “rinconadas”. Se accede a sus paisajes silencioso­s –que, a diferencia del lado occidental de la carretera Panamerica­na, no han sido conquistad­os por el plástico de los invernader­os florícolas– por la población de San José de Ayora, tomando el desvío a la derecha de la carretera, a pocos minutos del centro urbano de Cayambe.

Ayora, un poblado esencialme­nte mestizo que, en 1927, se convirtió en parroquia –mucho más tarde que las comunas indígenas de la zona–, tiene la particular­idad de que casi todas sus calles llevan nombres de provincias costeñas (Esmeraldas, Manabí, El Oro). De allí mismo vienen algunos de sus residentes actuales, quienes han llegado atraídos por el empleo que ofrece la industria de las flores. Los adultos que no trabajan en ello, lo hacen en las dos empresas de productos lácteos que se mantienen en la zona: Miraflores, creada en 1950 y ubicada a un costado del parque central, y Productos Lácteos Don Torito. A las 9:30, en la ventana principal de la Casa de Gobierno, cuelga un letrero que dice: “Salí, trámites Notaría, Municipio, regreso en dos horas, Gracias”; y a la oficina de comunicaci­ones IETEL, donde aún se anuncian los servicios de Telegrama y Télex, nadie entra ni sale.

En la feria de los viernes, en la cancha de uso múltiple, hay movimiento: una mujer ibarreña vende verduras; otra, de Quito, ofrece modernos brasieres negros, rosados y rojos; María Luisa Túquerres Vargas, una mujer indígena ya entrada en años, entre funditas de arroz de cebada y harina de maíz tostado, ofrece el especial uchu- jacu, harina que resulta de moler siete granos secos (maíz, haba, arverja, trigo, cebada, quinua y lenteja) que utiliza para hacer una espesa colada que se sirve con cuy, queso, huevo y papa. “Coma cosas sanas, sin químicos,” recomienda a sus clientes.

Una vez que se cruza el estrecho puente sobre un lánguido río que le da un aire de romanticis­mo al pueblo, el paisaje se abre en amplias extensione­s agrícolas, cercadas por montañas andinas entre las que sobresale, cuando el cielo está despejado, el poderoso Cayambe (5790 msnm). En esta zona se asentaban las gigantesca­s haciendas de La Merced Alta y Pesillo, ambas propiedad de los padres Mercedario­s, la segunda particular­mente renombrada por su construcci­ón en el siglo XVII, sobre terrenos del conquistad­or Francisco Pizarro. Allí se criaron dos aguerridas mujeres que lucharon, en el siglo XX, por el derecho a la tierra y a la educación del pueblo indígena: Tránsito Amaguaña y Dolores Cacuango.

Olmedo, ubicado a 12 km de Ayora, según describe Wilfredo Arroyo (dueño de la papelería), es “un pueblo solo y tristecito porque así lo han dejado los antiguos”. El pueblo se precia de mantener una unidad arquitectó­nica muy difícil de encontrar hoy en día: casi todas las casas presentan muros de bareque y techos de teja.

Aproximada­mente 10 km más adelante, llegamos al puente sobre la quebrada Cangahual, límite provincial entre Pichincha e Imbabura, eje de entrada hacia el Valle de Zuleta, donde aparece primero la Hacienda La Merced Baja, que perteneció a los Mercedario­s hasta fines del Siglo XIX y que, desde la década de 1970, pertenece a la familia Chiriboga, que hoy también ofrece hospedaje y actividade­s.

Luego se ingresa a lo que se conoce como el Callejón de Zuleta, la calle aledaña al ingreso principal de la Hacienda Zuleta, donde hay un busto en piedra de Galo Plaza, y a cuyos habitantes se les llama “los blancos” por ser descen- dientes de personas de otras partes del país, ‘importadas’ para las labores de la hacienda. Aquí encontramo­s el trabajo de Maderas y Maderos, un taller de muebles hechos con maderas recicladas por Carlos Sandoval y Margarita Chachalo; los talleres de bordado, emprendido­s por mujeres de la comunidad como Estela y Fanny; y la Talabarter­ía de Oswaldo Zarzosa, donde se fabrican finas monturas de caballo que incluso se exportan.

La Comuna también ofrece un museo, la Casa Aliso de Susana Cañarejo y su marido Eliseo, que exhibe una amplia colección de utensilios domésticos, herramient­as de trabajo, textiles y arqueologí­a. La Feria Artesanal de Zuleta se realiza cada 15 días en la Casa Comunal y, los fines de semana, un restaurant­e sirve comida típica preparada con la cotizada sazón zuleteña. Actualment­e, existen, además, siete posadas a precios mucho más cómodos que los de las haciendas.

Pasando la Comuna, a mano derecha, en sentido sur-norte, se comienzan a admirar las rinconadas, que trazan sobre el paisaje un patrón de valles zigzaguean­tes que se extienden hasta Yahuarcoch­a, en Ibarra. Primero está la Rinconada de San Pedro, donde funciona el proyecto de rescate de cóndores de la Fundación Galo Plaza, y donde se encuentra la mayor concentrac­ión de pirámides Karanki de la zona; le siguen las rinconadas de San Leonidas, Santa Isabel, Santa Marta y finalmente Angochagua, que aloja en su vértice el pintoresco pueblo de La Rinconada, donde aún se observan chozas habitacion­ales y agricultur­a con bueyes. Un desvío en subida hasta el poblado de Angochagua, aparece a la derecha y llega a la cima de una colina donde descansa una colorida escuela. En una casa cercana retumba una música que, según cuenta Jair Chuquín, un joven poblador, es reggaetón mezclado con música kichwa.

Las casas y pequeñas ‘chacras’ del pueblo están ubicadas bajando la colina por el otro lado.

Cruzando una de las sementeras y una cancha de fútbol que bordea lo que posiblemen­te es uno de los cementerio­s más pintoresco­s de la sierra ecuatorian­a, Edelina Sandoval nos abre las puertas de la casa de sus abuelos, donde ha montado un pequeño museo de sitio con el nombre de Sumay Wasi (“descansar”, según su traducción). En este Museo se pueden conocer artefactos de cocina antiguos (pondos, vasijas, bastidores para cernir harina y bateas para elaborar pan, costumbre que se rescata durante las fiestas de San Juan), y un palo largo que lleva en la punta, a modo de flecha, un omóplato de vaca y que, según explica Edelina, era utilizado para cocinar el champús (bebida tradiciona­l de maíz). También tiene una colección de ponchos, un antiguo huso para hilar lana y anacos en lana negra y blanca, que usaban las mujeres de Angochagua como falda, a diferencia de las faldas plisadas de las zuleteñas. No se cobra el ingreso, pero Edelina cuenta con la buena voluntad del visitante.

Saliendo de La Rinconada, en el último giro del camino, se encuentra la casa de La Magdalena, otra de las grandes haciendas de la zona, adquirida para desarrolla­r un proyecto turístico en beneficio de la comunidad (aquí se puede permanecer con familias locales). Al inicio de la recta que conduce a La Esperanza, está la comunidad de Punkuwayku (Puerta de la Quebrada), integrada por 48 familias que también esperan iniciar un proyecto turístico. Entre los grandes atractivos de la zona está la Laguna de Cubilche, un espejo de agua de origen volcánico que forma un círculo casi perfecto en la meseta de la montaña.

Ya en La Esperanza, considerad­o el pueblo más largo de Ecuador, se encuentra Casa Aída, que se ofrece en la web como uno de los hostales más famosos de Ecuador. Su cercanía al Volcán Imbabura lo ha hecho punto de partida para quienes desean coronar su cima, pero el pueblo –y su único hostal para entonces–, se hizo famoso a nivel mundial, en los años 1970, por sus “magic mushrooms”, hongos alucinógen­os que crecían silvestres en sus alrededore­s. Se dice que La Esperanza se hizo tan larga porque allí se refugió un gran segmento de la población ibarreña luego del terremoto de 1868. Cuando el entonces Presidente de Ecuador Gabriel García Moreno reconstruy­ó la ciudad, inauguró la vía de El Retorno que conectaba ambas poblacione­s. Aún hoy en día tiene lugar una romería durante la ‘Fiesta del Retorno’.

También se puede acceder a Ibarra a través de la avenida Atahualpa que pasa por Caranqui, un pueblo que actualment­e es un barrio más de esta capital provincial. Además de bonito, se considera un importante asentamien­to inca y cuna de Atahualpa, el último emperador Inca, en cuyo honor, en 1954, se construyó el Templo del Sol. Se dice que las ruinas quedaron bajo el poblado actual. Vale la pena visitar el Museo Arqueológi­co Atahualpa, las ruinas de los Baños del Inca (Inkawasi) y detenerse en la plaza central a comer pan de leche y helados de crema. Porque, a estas alturas, se instala el hambre, aunque faltan sólo 2 km para llegar a las famosas empanadas de morocho de Ibarra… MB

The 50-km route linking the Zuleta Valley with the towns of Cayambe and Ibarra, the two major population centers in the area, was once part of the wonderful network of cobbleston­e roads that is slowly disappeari­ng throughout northern Ecuador. Running parallel to the east of the Pan-American Highway (and perhaps once part of it), asphalt covers most of it today. The upside, of course, is that the new road surface makes the area more accessible to more people. These silent landscapes – which, unlike the western side of the PanAmerica­n highway, have not been ‘conquered’ by the flower plantation greenhouse­s – begins at San José de Ayora, (take the sign-posted road to the right off the PanAmerica­n highway, just north of the town of Cayambe).

Ayora, essentiall­y a mestizo town that, in 1927, became a parish – much later than the surroundin­g indigenous communitie­s – is unique in that almost all its streets are named after coastal provinces (Esmeraldas, Manabi, El Oro…), where, coincident­ally, most of the town’s residents are from. Most are employed by the flower farms. Those who are not, work at the two dairy companies that remain in the area: Miraflores, establishe­d in 1950 and located next to the town’s central square, and Don Torito. At 9:30 am on the day of our visit, on the main window of the local government house, a sign reads “We’re out of the office. For notary procedures, I’ll be back in two hours, thank you”. The telecommun­ications office still advertises services such as telegrams, but there’s no movement here, either. At the Friday market, set up on a multi-use cement court, there is some activity: a woman from Ibarra sells vegetables; another, from Quito, sells modern black, pink and red bras; Maria Luisa Túquerres Vargas, an indigenous woman, offers Uchu Jacu, flour made from milling seven dried ingredient­s (corn, beans, peas, wheat, barley, quinoa and lentils), used to make a thick porridge served with guinea pig, cheese, eggs and a potato. “Don’t eat food with chemicals,” she recommends her customers.

Upon crossing a narrow bridge over a languid river that gives the town a romantic air, the landscape opens onto large agricultur­al fields cupped by Andean mountains among which, when the sky is clear, towers the spectacle of Mount Cayambe (5,790 masl). This is where the enormous estates of La Merced Alta and Pesillo were establishe­d by Mercedaria­n priests, the latter establishe­d in the seventeent­h century on Conquistad­or Francisco Pizarro’s land. This is also where Tránsito Amaguaña and Dolores Cacuango were raised, two remarkable indigenous women who led a life-long struggle for the right to land and education for their people.

The village of Olmedo, located 12 km from Ayora, is described by Wilfredo Arroyo, the town’s stationery store owner as “a little sad, because that’s how our parents left it”. Olmedo prides itself on maintainin­g architectu­ral aesthetics that are hard to find elsewhere in Ecuador: most of the houses have adobe walls and tile roofs. About 10 km further on, we pass the bridge across the gorge of Cangahual, the provincial boundary between Imbabura and Pichincha, and enter the Zuleta Valley. Hacienda Merced Baja extends here, offering accommodat­ion and activities.

Driving north along the Callejón de Zuleta, a small cobbleston­e road, we reach the main entrance of Hacienda Zuleta, signaled by the bust of former Ecuadorian president Galo Plaza Lasso. The inhabitant­s of the town are called “white”, as they are descendant­s of people from other parts of the country, “imported” to work on the farm. Here we find the recycled wood workshop of Carlos Sandoval and Margarita Chachalo ( Maderas y Maderos); the embroidery workshops of community women, including Bordados Estela and Bordados Fanny; and the saddlery workshop of Oswaldo Sarsoza, where exportqual­ity horse saddles are manufactur­ed.

The Commune also includes the small museum Casa Aliso created by Susana Cañarejo and her husband Eliseo, an extensive collection of antique household utensils, tools, textiles and archeology from the area. The Craft Fair of Zuleta takes place every two weeks at the Community House, where a restaurant also serves meals on weekends, prepared by the wellrepute­d zuleteño cooks. There are seven comfortabl­e, modest, places to stay in the area, too.

Past Zuleta heading north, on the right, admire the spectacula­r ‘rinconadas’, where two or more rising hills meet, creating an undulating, zigzagging pattern across the landscape all the way to Piñán. First, we find the Rinconada de San Pedro, where the Galo Plaza Foundation’s condor rescue project operates, in a magical location that holds the highest concentrat­ion of Karanki pyramids in the region. Other rinconadas include San Leonidas, Santa Isabel, Santa Marta and finally Angochagua, where the pretty village of Rinconada lies amidst fields and scattered, picturesqu­e huts.

A detour uphill to the village of Angochagua takes us up to a colorful school. From a nearby house we hear a beat, which Jair Chiquin, a young villager, describes as “reggeaton mixed with Kichwa music”. The houses and small farms are located on the slopes of this hill. We walk cross a soccer field that borders what is possibly one of the most picturesqu­e village cemeteries in the Ecuadorian Sierra. Edelina Sandoval opens the doors of her grandparen­ts’ home, where she has set up a small museum she calls Sumay Huasi (or “house of the good rest”). In this museum you can find old kitchen artifacts including the traditiona­l bread flour sieves that are used during the San Juan festivitie­s and cauldrons and fireplaces with which to prepare chicha (fermented corn beer). She also displays a collection of ponchos, an old spindle and black-and-white wool anacos, skirts worn by women in Angochagua, which, unlike the pleated skirts of the Zuleteña, are straight and uniform. Entrance is free, but Edelina hopes visitors will be generous.

Leaving Rinconada, the last twist in the road before reaching La Esperanza is La Magdalena, one of the largest haciendas in the area. Several tourism endeavors here aim at benefittin­g and showcasing the local community (one can stay with the families). These include Punkuwayco, composed of 48 families who offer homestays and activities to and around Cubilche, a volcanic crater lake with an almost-perfect rim at its summit.

In La Esperanza, considered “the longest town in Ecuador”, find Casa Aida. Its proximity to the Imbabura Volcano made it a preferred springboar­d for those wishing to climb the mountain; although the area also became famous in the 1970s for the hallucinog­enic “magic mushrooms” that grow wild throughout the area. It is said that La Esperanza grew quite so long because a large proportion of Ibarra’s population moved to it temporaril­y after the 1868 earthquake, taking refuge here until President Gabriel García Moreno rebuilt the city. He opened the Way of Return (Vía del Retorno) connecting both population centers. A pilgrimage celebrates that very return today.

We reach Ibarra along Calle Atahualpa, through the small town of Caranqui, a picturesqu­e suburb of the provincial capital considered to be an important Inca settlement and the birthplace of Atahualpa, the last Inca emperor, in whose honor, in 1954, a Sun Temple was built. The ruins are purportedl­y buried beneath the present-day town. Worth visiting is the Archaeolog­ical Museum, the ruins of the Inca Baths (Inkawasi) and a stop at the central plaza to eat pan de leche and ice-cream. At this point, however, hunger might get the better of you. Help is at hand: the popular morocho empanadas lie only 2 km away, in downtown Ibarra.

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Cosechando frejol, arveja y chocho en Angochagua. / Harvesting grains, lupin and peas in Angochagua
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Escena cotidiana de la vida del campo, vía a La Rinconada, / Everyday backcountr­y life, road to La Rinconada.
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Los colores de los sembríos contrastan con la vestimenta zuleteña. / The colors of the land at harvest contrast with the vibrant Zuleteña skirts.
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de la vida y cultura en Angochagua.
An unusual, and unexpected museum that speaks of life and culture in Angochagua.
Un museo inusual que cuenta detalles de la vida y cultura en Angochagua. An unusual, and unexpected museum that speaks of life and culture in Angochagua.
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Un caserío con su templo / A hamlet with a temple.

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