Por los desaparecidos
Ala salida de la audiencia en la que se hizo pública la confesión del ‘reaparecido’ Edwin Vivar, cuya versión ha venido a dar un giro al llamado caso ‘González y otros’ (conocido primero como caso ‘Fybeca’ y luego como ‘Las Dolores’), hemos visto por televisión a un joven elegantemente vestido escoltando a Dolores Guerra, una mujer que por 13 años ha exigido con dulzura, gritos y llanto el paradero de su esposo Johnny Gómez Balda. El joven de traje oscuro se llama Johnny Antoni, tiene 17 años y es su hijo. No puedo imaginar cuánto dolor le causaba escuchar el relato de quien vio a su padre por última vez: torturado, casi sin poder ponerse de pie, lanzado al estero Salado y disparado en el agua. Una colega que estuvo presente me dice que Johnny Antoni se mantuvo atento, sin perder jamás la compostura. Abrazaba a su madre y, tal como ella, no habló con ningún periodista al salir de la audiencia. La tragedia de perder a un padre sin duda es doble cuando no hay una tumba para hincarse a orar y colocarle flores. Doble tragedia, sí, que comparten todos aquellos que siguen buscando a sus seres queridos desaparecidos en cualquier circunstancia. En un gesto que valoro, el presidente Rafael Correa recibió en el Palacio de Gobierno a decenas de familiares de desaparecidos en Ecuador. Se trataba del quinto taller de casos de seguimiento sobre personas desaparecidas. Si bien hay mucho que hacer todavía, los resultados son dignos de reconocimiento, de manera especial por la actuación de la Dinased, esa unidad de la policía con agentes calificados y en constante preparación creada en julio de 2013. De 97 casos planteados de personas desaparecidas, contando desde el año 1994, 31 han sido resueltos, desafortunadamente con historias mayoritariamente dolorosas. Aunque cinco personas declaradas en su momento oficialmente desaparecidas fueron halladas con vida, otras 26 habían muerto, pudiéndose hacer las comprobaciones de rigor. Saber la verdad no calma el dolor de los deudos, pero una cierta paz los abraza cuando finalmente conocen la última morada de un ser amado. Oficialmente quedan todavía 66 casos por resolver de ese primer listado de desaparecidos, pero hay muchos más según la Asociación de Familiares y Amigos de Personas Desaparecidas en Ecuador, (Asfadec), cuyos miembros decidieron no participar en el encuentro con el primer mandatario y varios ministros el pasado 30 de junio, realizando un plantón en las afueras de Carondelet. Uno de sus casos emblemáticos es el de David Romo, quien desapareció hace tres años, sin que su madre Alexandra Córdova haya dejado de pedir, suplicar y exigir por él. No conozco la cifra de desaparecidos que maneja Asfadec, pero una de sus exigencias es la creación de un registro nacional ciudadano de personas desaparecidas, ante la ausencia de bases de datos unificadas sobre atención en las morgues y hospitales del Ecuador de no identificados (NN, como comúnmente se los llama). No se necesita ser funcionario público, ni fiscal, ni policía para admitir como válida esta petición. Ver en televisión a la madre de David Romo me provoca una suerte de escalofrío. No se da por vencida y sigue buscando a su hijo. Ojalá no tengan que pasar 13 años o más para que un arrepentido o testigo protegido cuente lo que verdaderamente pasó, como en el caso de Dolores Guerra y su hijo Johnny Antoni. ¿Qué hacemos, cómo ayudamos? Manteniéndolos vivos en la memoria, no callando, sin ahorrar palabras ni plegarias por los desaparecidos.