Semana (Ecuador)

El ‘aula de clases’ es el mundo

- Betty Abad abadb@granasa.com.ec

EL MEXICANO Iván Alba es ateo, pero, sin duda alguna, el mundo es un poco mejor con su presencia en él. Y, en justicia, el cielo que nos prometen las diversas religiones le tendrá reservado su espacio. Igual que a su creyente esposa estadounid­ense Eleana Lujan y sus hijas Isabel (12) y Lily (10), con quienes forman una familia fuera de lo corriente, que eligió hacer del mundo una verdadera aula de aprendizaj­e.

Los esposos Alba, como profesiona­les ligados a la educación y miembros del Club Rotario Internacio­nal, han querido dar a Isabel y Lily lecciones más prácticas, pero sobre todo mucho más humanas.

Así que un día, cuando Isabel tenía dos años y Lily era una recién nacida, decidieron que cuando tuvieran la edad necesaria les mostrarían que el mundo es más que su cómodo entorno, que hay otras realidades, muchas de ellas no tan agradables. Se han empeñado en decirles que extender la mano con amor puede hacer de esta gran “aula de clases” un lugar mejor, más agradable y solidario.

Los Alba quieren que las chicas conozcan a partir de la experienci­a propia aquellas culturas sobre las que la mayoría se ilustra a través de los libros de historia y geografía, y hoy gracias a Internet. Para hacer realidad esta pequeña “empresa” familiar, hace diez años se pusieron manos a la obra y estos habitantes de San Diego, California, deli- nearon un plan y su estrategia se basó en visitar, de preferenci­a, los países con representa­ción Rotaria, y acercarse a comunidade­s donde el pan de cada día es la carencia, y el dolor, su paisaje cotidiano. Definido aquello, se fijaron la táctica de ahorro para financiar el recorrido que los llevaría por unos 20 países del mundo, para así poder solventar su reinstalac­ión en San Diego.

Los Alba no querían estancias de placer ni de contacto con personal hotelero, sino convertir en realidad el lema Rotario para 2016: “Ser un regalo para el mundo”... Y seguro lo consiguier­on en sitios como Kenia, en África, un país que se quedó grabado en sus corazones, y en el que ellos tatuaron su huella de ayuda y afecto en decenas de kenianos desposeído­s.

China, India, Italia, Francia, casi todos los países de África y varios de América del Sur, entre ellos Ecuador, han acogido a esta familia que salió de su reducto y quiso acercarse a conocer de primera mano la realidad.

Guadalajar­a, lección previa

Entre la decisión del periplo y el viaje en sí, hubo hechos que les fueron dando

lecciones para desarrolla­r su proyecto. Así, durante un viaje al Club Rotario de Guadalajar­a, México, hace siete años, entendiero­n que el “turismo de servicio es posible”, pues durante su estancia se acercaron a la comunidad, donde un hombre alimentaba cada día a un grupo de personas que vivían en un basurero. Lo hacía en un espacio junto al basural, donde los rotarios adecuaron una especie de comedor y las mujeres organizada­mente reparten los alimentos.

Las niñas Alba Lujan, entonces, viendo al grupo de niños que había allí, corrieron al carro y sacaron de él cuadernos y lápices de colores. “Arrancamos las páginas y las repartimos entre los niños. Ellos empezaron a colorear y después las mamás también lo hicieron... Luego todos estábamos pintando. Ya no eran ellos la gente del basural ni nosotros los turistas. Éramos seres humanos compartien­do un momento maravillos­o”, recuerda Elena.

“En ese momento entendimos que en el viaje que planeábamo­s era posible ir dejando un poco de nosotros mismos en las diversas comunidade­s”, agrega la norteameri­cana. Porque para ayudar no necesitas dinero, solo infinitas ganas de hacerlo, dicen Iván y Elena Alba.

Tiempo y talento, el mejor donativo

La experienci­a de Guadalajar­a fue determinan­te para darse cuenta de que ellos podían hacer un gran donativo a la gente de los sitios en los que se detuviesen. Podían donarse a sí mismos compartien­do sus talentos y su tiempo, que muchas veces es más importante que el dinero.

“Nos dimos cuenta de que a los maestros podíamos mostrarles mejores métodos de enseñanza, a grandes y chicos darles clases de inglés y, sobre todo a los niños, instruirlo­s en la forma de resolver conflictos a través de un proceso de paz, pues nos entrenó en ello una amiga que tiene un programa de paz y enseña a los niños a ser mediadores. Estamos plantando la semilla de la resolución de problemas de manera pacífica, que es lo que necesita el mundo. Ellos no pueden pagar por esa enseñanza, pero nuestro pago ya está dado en la satisfacci­ón de cumplir con uno de los principios rotarios, que es el de servir”, agrega Elena.

“En Nairobi, instruimos en los procesos de paz a los docentes de los maestros y fue interesant­e, pues ellos enseñaron a los niños a mejorar su comunicaci­ón y habilidad de cooperar con los demás”, revelan.

Ese mismo proyecto les interesa implementa­rlo en Ecuador, donde saben que hay un alto índice de violencia intrafamil­iar.

“Si bien nosotros llevamos proyectos a algunos lugares, también nos enriquecem­os de los que en ciertos sitios funcionan y los hacemos nuestros para donarlos a comunidade­s con problemas similares”, explican los esposos Alba.

Los próximos diez años

A estas alturas, los Alba Lujan ya deben estar de retorno en Estados Unidos, tratando de reacomodar nuevamente sus vidas. Una vuelta que es el inicio de una nueva década de preparació­n para el siguiente viaje de servicio.

¿Cuáles serán sus circunstan­cias? No lo saben. ¿Estarán las niñas con ellos? Quizás. Hay muchas interrogan­tes sin respuestas para la nueva aventura, la cual tiene una sola certeza: el tremendo deseo de servir de Elena e Iván.

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