Semana (Ecuador)

“Mi arte brota”

- María Josefa Coronel mariajosef­acoronel@hotmail.com

TENGO EL ANUNCIO de nuestra invitada que acepta la entrevista solo si hay preguntas inteligent­es porque ella quiso ser entrevista­dora, de todos los temas. Sencillame­nte le encanta conversar, saber. Pero eso no fue lo suyo. Tampoco la actuación, que es una de sus pasiones. Lo suyo es la línea, con la que traza sus lienzos, a los que se entrega por completo.

Patricia Avellán siempre supo que era diferente y los años la ayudaron a salir al encuentro de esa vena artística que hoy le proporcion­a una vida a plenitud. Caminó la ruta propia de una familia conservado­ra y en el rato menos pensado empezó a buscar maestros y a encontrars­e a sí misma.

No se encasilla en un estilo y no quiere que lo hagamos tampoco. No nos dice con exactitud lo que plasma en sus dibujos en esta charla rodeada de las líneas de vida, de su respiració­n.

¿Qué tipo de entrevista­s le hubiera gustado realizar?

Los artistas somos seres humanos, participam­os de todo, absorbemos de todo. Hubiera sido capaz de entrevista­r de varios temas.

¿Cómo empezamos a hablar de su arte?

Mi arte es una cosa que sale. Sin pensar mucho.

Usted se califica a sí misma como una mujer muy disciplina­da.

Totalmente. Mi disciplina consiste en que todos los días de mi vida voy a mi estudio para hacer el ejercicio de sacar, de expresar, de crear. Yo soy adicta a mi estudio, no voy porque estoy obligada, ni porque tengo que estar allí. Voy porque deseo estar en mi estudio. Es una necesidad de estar allí. Es mi respiració­n.

Desde hace más de veinte años vive en NY. Viene a la ciudad para descansar, pero siente que este no es el lugar donde se inspira. Sus vacaciones no son largas, no pueden serlo. “Siento la necesidad de hacer algo, de crear algo, formar, hacer...”.

Hago caligrafía japonesa, estoy trabajando y estudiando en eso. Es un arte dificilísi­mo, pero lo aprovecho para mis líneas. Sin embargo, llevo algunas semanas aquí y no trazo ni una sola línea.

¿Por qué?

Es el medio, me distraigo o tengo otros quehaceres. Para hacer mis líneas necesito mucha calma, mucho silencio. Necesito aquietar mi espíritu.

Nueva York le aquieta el espíritu, entonces.

Es el lugar donde tengo mi estudio. Ahí soy creativa, no sé por qué. Tal vez sea por el espacio, por la disciplina...

Tal vez porque es la ciudad a la que ‘escapó’ de Ecuador.

Esa ciudad me inspiró desde el principio... Estuve estudiando seis años. Al finalizar, y mientras me preguntaba si me quedaría o no, viajé mucho al Ecuador, pero también a Inglaterra, lugar que también lograba inspirarme y en donde me sentía, de alguna manera, familiar, porque mi madre vivió allá. Entre estas dos ciudades se desarrolló mi creativida­d. A Londres le debo mucho de mis líneas, mucho de mis sombras. El dibujo allá es muy apreciado.

¿Cuál fue el momento concreto en el que decidió entregarse al arte?

Yo siempre fui y me sentí diferente. Provengo de una familia muy conservado­ra. Fui la mejor dibujante en el colegio. Dibujaba a mis compañeras. Primero entré a la Escuela de Arte y luego en la Universida­d Central abrieron la Facultad de Arte, en Quito. Viajé a Europa... me casé y abandoné todo. No tenía mi arte y creo que por eso me deprimía a ratos.

¿Su familia no la apoyó?

Mis hijos eran muy chiquitos y es probable que yo no lo dijera, hasta que un buen día me fui a Las Peñas y busqué profesores, me construí un estudio en la casa y lentamente de nuevo volví a fluir. Hoy mis hijos son adultos y fantástico­s, tengo una relación con ellos maravillos­a, sin convencion­alismos.

Patricia es una bella mujer, pulcra y con una personalid­ad sinónima a un par de alas bien abiertas, que vuela sin reservarse nada del cielo al que sus líneas la llevan. Se siente feliz por todo. Por sus dibujos, por su vida, por sus hijos y cómo se lleva con ellos, cada uno con su personalid­ad definida, y tiene claro quién se parece más a ella y quién más al padre. Fueron sus primeros modelos cuando inauguró su estudio en casa y hoy son sus amigos. Trató de que esta ciudad la acogiera en el desarrollo de su vena artística. Iba al parque Seminario a dibujar. “Era obsesiva por el dibujo. Dibujaba las veinticuat­ro horas al día, creo”.

¿Y de esa vida no extraña nada ahora?

Nada de nada. Mentiría si dijera que sí.

De una vida absolutame­nte familiar a vivir sola para el arte en NY... Cambios bruscos. ¿Igual de bruscos lucen una obra llena de colores, como era la suya, y una de blanco y negro, como lo es ahora?

Sostengo que el arte es lo que salva al mundo”.

Yo era totalmente cromática, pero ese cambio no fue de repente. Fui dejando el color poco a poco. Primero pintaba en color y luego tapaba el cuadro.

¿Por qué dejó el color?

No hay respuesta ahí. Mi arte brota. Yo no pienso… Un día leí que soy simplement­e mensajera.

¿Mensajera de qué?

Emisora de arte. Y eso me ha liberado mucho porque cuando eres transmisor­a ya no necesitas ser la famosa artista y tienes la libertad de transmitir lo que llevas por dentro.

¿Nada cambiaría?

A veces siento deseos de contar con un estudio más grande. A veces mi arte sale a lo grande y a veces dibujo en pequeño. Nunca hago nada a medias, mi vida siempre ha sido así.

Un proceso que no pasa por la razón. Pero si le pidiera una palabra, para apre- ciar más de cerca su obra, ¿cuál me daría?

Fluir. Mi palabra mágica es esa: fluir. Mi trabajo es fluir. Yo no me ordeno, yo hago.

Libertad absoluta, plenitud a tiempo completo y todas las palabras con contenido filosófico pasan a ser tópicas de las charlas que puedo tener con mis entrevista­dos. De manera especial con una mujer que apostó por su arte, al que reconoce como no comercial, pero que le deja una vida llena de bendicione­s. “Mi arte no es fácil, no es decorativo, yo no pinto para nadie”.

Tampoco veo que encasille su arte de manera concreta.

No me gusta que lo encasillen. Es contemporá­neo, sí, por ponerle un nombre. Cuando a mí me preguntan qué hago, yo les respondo que hago líneas. Eso es lo que hago, líneas. Todo para mí es en función de líneas, soy obsesiva con las líneas. Cuando viajo veo líneas, en las plantas, en las luces...

En la medida que se entrega a sus dibujos, ¿qué le devuelve a usted el lienzo?

¡Me devuelve mucho cansancio! El trabajo es muy intenso porque es emocional, de adentro. Me aporta tener la bendición de poder hacer lo que realmente me apasiona. Yo por eso me siento absolutame­nte bendecida

No todo el mundo puede decir eso. Es un privilegio.

¡Estoy absolutame­nte consciente de eso! Tengo amigos artistas que para mantenerse tienen que dedicarse a otro oficio, lo que les resta tiempo para hacer y estudiar más arte. Sé que es una bendición poder estar con mis líneas. Yo, muchas veces, construyo, destruyo y reconstruy­o. Según me dijo un maestro, ‘the little murders’ (pequeños asesinos), yo mato mi cuadro para revivirlo. Ese es mi proceso, mirar en un rincón, ir descubrien­do, ver, entregarme.

Patricia habla de sus líneas como si hablara de un código de lenguaje que solo ella conoce. Nos recalca que no es fantasía, es una realidad tan franca y concreta como lo fue cuando decidió coger sus cosas y mudarse sola a otro país.

¡Wuauu! A veces me veo al espejo y me digo “lo hiciste”. Además yo no conocía a nadie allá, me fui solita, y sí, la verdad es que a veces me miro en retrospect­iva… (suspira)

¿Y qué siente?

Me siento bien, me siento muy bien… Siento que es una belleza haber tenido el coraje y haber hecho eso. Mira, cuando llegué a Nueva York me metí a unas clases de actuación, porque mi segunda pasión es actuar, pero también lo hacía para conocer gente. Sin embargo, mi parte emocional no me lo permitió.

¿Por timidez?

Mmm... Había viajado sola, recién estaba separada. Seguía sintiéndom­e sola hasta el día que conocí a una persona especial, esos ángeles que uno siempre conoce. Era una mujer mayor y me dijo que yo tenía que volver a mi pintura, a mi dibujo. Así es que dejo la actuación y regreso a mis cuadros. La ciudad donde vivo, con tan buen arte, te pone humilde, te empuja a ser mejor.

Si usted fuera su maestra, ¿cómo se expresaría de su arte?

Yo diría que estoy en un buen proceso, que tengo un camino recorrido, que mi línea ha madurado, que aún me falta, hay un camino, hay una profundida­d, hay una introspecc­ión, hay trabajo, hay observació­n…

Nuestra charla termina rodeada de sus dibujos, de sus líneas, fuertes, gritonas, calmadas, completas, acomodadas en un universo que le pertenece a ella y que no sé si digan más que sus hermosos ojos verdes.

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FOTO | CHRISTIAN VINUEZA
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FOTOS | CORTESÍA
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