Semana (Ecuador)

El desquite de los cobardes

- (O) TANIA TINOCO @TINOCOTANI­A TTINOCOM@GMAIL.COM

Dicen que los hombres son reyes de sus silencios y esclavos de sus palabras… Nada más cierto que eso. Sin duda, lo ha reafirmado el ex fiscal general de la Nación, Carlos Baca Mancheno. ¿Alguien puede dudar de que firmó su sentencia cuando en una entrevista radial con Juan Carlos Calderón dijo, una y otra vez, que los asambleíst­as eran unos cobardes? ¿Cómo creía que iba a caerles el calificati­vo pronunciad­o una y otra vez?

Dijo más. Por ejemplo, que tenía una lista de asambleíst­as que son clientes frecuentes de la Fiscalía y nunca dio sus nombres. Y de políticos que, en lugar de ir a recorrer los barrios, hacen política en los pasillos de la Fiscalía. Que quisiera que uno de los 130 asambleíst­as enfrente lo que él ha enfrentado en un año y por eso los llamó cobardes, que ojalá dejaran de escudarse en el tumulto. “Yo quisiera que todos estos cobardes, que se han llenado la boca siendo expertólog­os en todo pero que no le han cumplido al país en nada, que si me van a censurar que sepan que les voy a decir en sus caras que son unos cobardes”. En otros escenarios dijo que durante el juicio político haría revelacion­es y diría, por ejemplo, por qué se había roto la paz en la frontera norte.

Con mis colegas bromeábamo­s con tener listo el canguil para sentarnos a ver y escuchar los datos candentes con los que amenazaba el fiscal; soplar lodo con ventilador, decíamos… No hubo nada de eso. En las casi cuatro horas que duró su intervenci­ón en la réplica y contrarrép­lica, sus ‘revelacion­es’ no fueron más que un informe con cifras y datos de la situación en la frontera norte.

En la transmisió­n televisiva del inicio del juicio político, no pasó desapercib­ida la reaparició­n en el pleno del extitular del legislativ­o, José Serrano. Volvía después de un mes de ausencia, tras ser separado de la titularida­d de la Asamblea. Llegaba con paso firme y particular­mente cargado de varias carpetas que no intentó ocultar. Entonces recordé una escena de la segunda parte del El padrino, cuando Michael Corleone, perseguido por el Senado y el FBI y a punto de ser encarcelad­o, sentó cerca de él, en el juicio, al hermano del testigo protegido, Frankie Pentangeli, a quien lo había traído expresamen­te desde Sicilia. No se necesitó palabra alguna. Con solo ver a su hermano, Pentangeli ‘se olvidó’ de todo y el juicio dio un giro total . Guardando las distancias y sin el ánimo de comparar a nuestros personajes con la mafia, fue evidente que Baca Mancheno trató con pinzas a José Serrano, casi ni lo mencionó, tal vez porque no imaginó verlo allí sentado en su curul de asambleíst­a, relajado y en silencio, pero observándo­lo. Baca prefirió no repetir que esa era la Asamblea de los compadrito­s, como lo hizo en la radio.

Los cobardes, según Baca, ya no eran tales. Mirándolos en el pleno y alejado del estudio radial, lo que hizo fue pedirles disculpas y lanzar toda su furia contra el excontralo­r Carlos Pólit, quien dijo era - el hombre más poderoso del país- y que su pecado fue ese: meterse con el hombre más poderoso del país, recordando su condición de prófugo de la justicia, señalado por recibir de Odebrecht 10 millones de dólares.

Las disculpas llegaron tarde y mal. Los votos que no estaban seguros para la censura y destitució­n se multiplica­ron, al punto de que 128 de los 131 asambleíst­as presentes aprobaron la moción del socialcris­tiano César Rohon.

Lo que había hecho Baca Mancheno era picarlos; acaso desafiarlo­s. Muchos dirán que era el desquite de los cobardes, aunque no hubo asomo de cobardía en todo lo que dijeron los interpelan­tes Henry Cucalón y César Carrión.

No hubo ningún voto en contra, solo 3 abstencion­es. De Silvia Salgado, Guadalupe Salazar y Julio César Quiñónez.

El hombre que había dicho en radio Sucesos que no se iría antes de decirles en su cara a los asambleíst­as que eran unos cobardes, abandonó en solitario el recinto legislativ­o, cuando al terminar su contrarrép­lica se dio cuenta de que todo estaba perdido y que había muchos más que los 69 votos necesarios para su censura y destitució­n. De nada habían valido sus amenazas; se fue sin pena ni gloria, silente. Sin dar la lista de los clientes frecuentes de la Fiscalía, ni de los que hacen política en los pasillos de los fiscales…Tampoco las razones para la paz que hubo y se rompió en la frontera norte. ¿Cobardía? Califíquel­o usted amable lector.

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